
Por Alejandro Rosales Mantilla
Aún quedan pedazos de botellas de vidrio en la entrada de la “Casa Benedetti”.
Hasta hace menos de dos años, en esa hermosa vivienda ubicada en una esquina del barrio Bellavista, en Barranquilla, Armando Benedetti Jimeno, padre del actual embajador de Colombia en Venezuela, realizaba tertulias semanales en las que eran invitados intelectuales, empresarios, periodistas, músicos y caciques políticos de la región. De ahí, que los vecinos la llamaran: “Casa Benedetti”.
En días de elecciones, también era común ver afuera del inmueble largas filas de vehículos parqueados, que ocupaban casi toda la cuadra. De ese lugar, carrera 61B con calle 72, salían los choferes en busca de votantes, una práctica común en las familias políticas del Caribe y el país.
Allí, en ese lugar, dos mujeres venezolanas recicladoras, se batieron a piedra, botella y palo. El hecho ocurrió el pasado jueves 26 de enero.
Dos versiones dan cuenta de lo que pudo propiciar el hecho. La primera, las mujeres se estaban disputando el territorio por el que a diario escarban en la basura. La segunda, se refiere a una supuesta escena de celos, ya que una de ellas le estaría coqueteando a la novia de la otra.
En fin, por el enfrentamiento un niño de unos 4 años resultó herido en su espalda por una pedrada.
Aunque una patrulla motorizada llegó al lugar, los patrulleros, entre ellos una mujer, no detuvieron a la agresora ni trasladaron al menor a un centro asistencial para que fuese revisado. Ambas mujeres, antes que calmarse con la presencia policial, se siguieron insultando y amenazando mutuamente. Una de ellas estaba acompañada por lo menos de siete niños más, todos famélicos, y una anciana de lentes que nunca dejó de llorar. La otra mujer, notoriamente tatuada en todo su cuerpo, de cabello corto y contextura corpulenta, la acompañaban dos jóvenes más a la que ella llamaba: “mis mujeres”. Antes de la llegada de los policías, en un acto de cobardía, maltrato y agresión contra la niñez, esta última tomó por algunos segundos a un niño en sus brazos y amenazó a su contrincante con atentar contra el menor si no accedía a enfrentarla. Los vecinos reaccionaron, soltó al niño dejándolo caer en el piso, y, acto seguido, las dos mujeres en contienda se tiraron todas las piedras y botellas que encontraron en su camino. Por suerte ningún otro menor resultó lesionado. Un milagro, sin duda, se dio en la entrada de la “Casa Benedetti”.
Como estas mujeres venezolanas, hoy hay millones, sí, millones de ciudadanos del país hermano caminado por las calles del país dispuestos a escarbar en la basura o hacer lo que sea para sobrevivir.

Según cifras de la Plataforma de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes (R4V), en Colombia hay más de 2.477.588 venezolanos entre hombres, mujeres, niños y ancianos. De ese número, en el Caribe colombiano hay 350.136, en el departamento del Atlántico 175.265 y en Barranquilla, su capital, 112.895 almas tristes.
La R4V, como reza en su portal web, está conformada por más de 200 organizaciones (incluyendo agencias de la ONU, sociedad civil, organizaciones religiosas y ONGs, entre otras) que coordinan sus esfuerzos bajo el Plan de Respuesta para Refugiados y Migrantes de Venezuela (RMRP por sus siglas en inglés) en 17 países de América Latina y el Caribe.

Se extraña del respetado señor embajador Armando Benedetti, una declaración, así sea de aliento, para esta población venezolana que hoy pelea por sobrevivir en las calles de Colombia, en la entrada de la casa donde su padre tertulió varios años.
“Estaremos dispuestos a lo que haya que hacer para parar el éxodo que supuestamente hay”, dijo recién posesionado como embajador de Colombia en Caracas. Ojalá, señor embajador, ya tenga claro que no es una “suposición” la tragedia de los migrantes venezolanos. Ahora, si aún le quedan dudas, lo invito a una tertulia en la entrada de la “Casa Benedetti” para que se cerciore por sí mismo. Eso sí, ojalá no se tope con el segundo round de las mujeres venezolanas que en Bellavista se pelearon por celos o basura.