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Samuel Páez, dejó la huella ‘Colombianísima’ en Miami

El fotógrafo barranquillero falleció en Miami ( Estados Uniodos).

Por Francisco Figueroa Turcios

Samuel Páez Ariza con su esposa Elizabeth Ordóñez de Páez, el día que recibió la ciudadanía estadounidense, luego de casi tres décadas haciendo buena radio en Miami, fomentando el colombianismo con noticias y entrevistas positivas.

Samuel ´El Negro ´ Páez, con  su lente mágico capturó por varios años las acciones del deporte que  eran publicadas en Diario del Caribe y más tarde en El Heraldo.  Sin duda hace parte de las leyendas de la fotografía en la Capital del Atlántico y se convirtió en el maestro de una generación de fotógrafos que después hizo historia en la reportaría grafica.

Este sábado en la madrugada falleció, a los 83 años,  en la Unidad de Cuidados Intensivos de una Clínica de Miami,  donde recibía desde hace varios años con su familia, víctima de la Covid-19.

Páez Ariza es de la escuela del veterano de esa época, Johnny Castro Londoño –ya fallecido–, quien era el fotógrafo de planta del Hotel El Prado para registrar todos los eventos importantes que allí se realizaban. Como todo consagrado maestro siempre tenía a su lado dos o tres alumnos. que luego salían como estrellas profesionales de la fotografía, y se vinculaban a los principales medios de comunicación de la ciudad, la región, el país y el exterior.

De esa cochada salieron, además de Samuel Páez Ariza, Alfredo Roble, Jairo ‘El Gancgo’ Buitrago, ‘El Cachaco’ Ojeda, Jorge ‘Chuchú’ Cera, José ‘Copete’ Acuña y tantos otros. La otra ‘escuela’ de fotógrafos era Foto Scopell, que Quieque Scopell le vendió a Saúl Gómez porque se fue a vivir a Estados Unidos.

Samuel Páez hizo una carrera consagrada en Diario del Caribe. Ya todo un profesional, se casó con Elizabeth Ordóñez. Tuvieron tres hijos: Gissele, María Inmaculada y Samuel Jr.,, mientras que su hermana menor, Juanita Bula Ariza (hermanos de padre), se casó con ‘El Gancho’ Buitrago y viven felices criando nietos en el barrio El Silencio de Barranquilla.

Debido a que Elizaberth, la esposa de Páez, tenía familia en Caracas, convenció a su marido para ir a probarse suerte a Venezuela, que todavía vivía la bonanza petrolera y aun no había sido saqueada por Chávez ni Maduro. En Caracas Samuel y su hija mayor, Gissela, fundaron el programa radial matutino ‘Colombianísimo’, que, según Juanita, era una «manda, con una sintonía como la de Marcos Pérez en Barranquilla. Porque Samuel y Gisse le daban cabida a toda esa colonia colombiana que en Caracas en esa época era inmensa».

Venia de vez en cuando a Barranquilla. Y, estando aquí, otra hermana de Elizabeth, la llamó desde Miami. La invitó a que se fueran a pasar unos días allá con Samuel «y los pelaos». Los días se convirtieron en casi tres décadas. Porque, tan pronto tuvieron la oportunidad, Samuel y Gissella, que ya era toda una profesional en el micrófono (hoy es profesional del sector clínico), reabrieron en una buena estación radial de Miami, su programa ‘Colombianísimo’ que, como era de esperarse, de inmediato atrajo –como la miel a loas moscas–la sintonía de la colonia colombiana. Varios organizaciones no gubernamentales y fundaciones sin ánimo de lucro en las cuales estaban involucrados, lo condecoraron e hicieron campaña para que pronto el programa fuera reconocido como «la voz de la colombianidad en el Estado de la Florida».

Samuel Páez recibió varios reconocimiento y obtuvo la ciudadanía estadounidense. Sin embargo, los años y el intenso trabajo empezaron a pasarle factura de cobro. En 215 sufrió una izquemia, que le repitió en el 2016. Luego, hace dos años, se vio seriamente afectado por una neumonía. Para colmo de males, en esta dura prueba en que el Coronavirus ha puesto a la humanidad, toda la familia Páez Ordóñez se contagió. Y quien llevó la peor parte fue Samuel, quien falleció luego de estar 15 días en una Unidad de Cuidados Intensivos.

Como todo reportero gráfico que se respete, comenzó tomando fotos en los eventos sociales en el legendario Hotel el Prado. Muy pronto adquirió la astucia para ganarle la velocidad al obturador, de tal manera que las fotos no le quedaban desenfocadas ni ‘movidas’, como les sucede a los aprendices del oficio, a quienes se les mueve ‘hasta un cadáver’.

Ya convertido en un joven talentoso reportero gráfico, luego de pasar por la escuela de simple retratista de eventos sociales, el maestro Álvaro Cepeda Samudio, entonces director del Diario del Caribe, lo llamó para que le hiciera compañía a Copete Acuña y a Alfredo Robles. Luego llegaría, como laboratorista – en los tiempos en que las cámaras trabajaban con rollos que luego eran revelados en un dispendioso proceso con líquidos químicos-, Jairo ‘El Gancho’ Buitrago Oliva y el estudiante de comunicación Rafael Sarmiento Coley.

El Gancho Buitrago,  contó con suerte porque, como ya tenía cédula de ciudadanía por ser mayor de edad, de inmediato firmó contrato con la empresa, mientras que Sarmiento Coley tuvo que esperar un año para cumplir la edad y sacar su documento de identidad.

Samuel Páez y su hijo Samuelito

Samuel Páez, ya veterano en la reportería gráfica, se convirtió en tutor de los dos primíparos. De Jairo Buitrago, porque era el esposo de Juanita, una sobrina de Samuel Paéz, y  Rafael Sarmiento Coley, por ser amigo de Jairo Avendaño, coordinador de redacción, y Carlos Castillo Monterrosa, el mejor cronista de ese entonces en la ciudad.

Pronto también empezó a ser tutor de los novatos el maestro Fabio Poveda Márquez, un brillante escritor deportivo dueño de un conocimiento de la gramática, la ortografía y los textos claros y sencillos.

Era una redacción de mucha camaradería, en donde, además, estaban Joao Herrera, Benedicto Molinares (quien además, era el anotador oficial de la Liga de Béisbol del Atlántico), el maestro Berdugo, quien era el jefe de redacción, Hernando Gómez Oñoro, editor político, y de vez en cuando aparecía por ahí Javier  Lara con sus crónicas de viajero por Venezuela y la trocha verde, lo que le permitió escribir la novela ‘Colombianos del C.’ en la cual describe con admirable maestría todos los riesgos, los peligros y la cantidad de colombianos que en ese tiempo morían en la llamada ‘trocha verde’, por donde entraba de manera ilegal al país vecino que estaba en pleno furor de la bonanza petrolera. Los venezolanos no trabajaban. El petróleo los mantenía. Quienes trabajaban tanto en el campo como en los medios de comunicación, en la industria y el comercio, eran los colombianos.

Se levantaron a plomo

Samuel Páez,  era un hombre muy servicial, cariñoso y amigo de sus amigos. Pero era muy irascible. Y cuando se le subía la sangre a la cabeza se volvía un energúmeno terrible. Muy peligroso. Por esa época la redacción organizó un campeonato de fútbol y se organizaron cuatro equipos.

El torneo se jugaba en el patio de la entonces sede del Diario del Caribe, en la prolongación de la calle34 (Paseo Bolívar), llegando a la carrera del Hospital General. Había un frondoso árbol del pan que brindaba una generosa sombra. En un partido de final del torneo, Fabio Poveda, quien a pesar de su eterna gordura era un buen jugador, con una extraordinaria gambeta y sorprendente sentido de la ubicación, le pasó la bola de trapo por entre las piernas del Negro Páez y anotó el gol del triunfo.  Fabio lo celebró burlándose del Negro Páez. Como acababa de venir de Panamá de cubrir un evento deportivo y allá a los de piel oscura les dicen ‘Chombos’, Fabio le gritaba, ‘Negro Chombo, ve a lavar la bola que está sucia…Negro Chombo te la pasé por el orto».

La iracundia de Páez no se hizo esperar. Correteó a Fabio, quien, conociendo de las rabietas del contendor, corrió a refugiarse en los talleres del periódico en donde a esa hora estaban las galeras (donde se colocaban las letras de plomo derretido que vomitaban los linotipos que parecían unos dinosaurios y emitían unos ruidos que debían ser similares a los de esos cuadrúpedos prehistóricos). Fabio veía que Samuel se lo estaba alcanzando, y, como toda defensa, empezó a lanzarse puñados de plomo caliente reciente derretido, a lo cual Páez respondió con las mismas armas. Fue toda una verdadera «plomera», menos mal sin graves consecuencias para los dos rivales, pero sí para la edición del periódico que, por culpa de ellos, salió a la calle con cuatro horas de atraso.

Pero quien definitivamente hacia coger rabias frecuentes a Samuel, era su sobrino Rafaelito Páez Amariz, un tanto anormal, medio sordo, y con los ojos desvariados, pero avispado como el solo. Se fue quedando en el periódico para hacerles mandados a los redactores, en especial a su tío, quien casi todos los fines de semana era el reportero gráfico invitado a un matrimonio de la clase alta, a unas bodas de oro, o cualquier otra celebración en los clubes sociales. Como ya casi toda la élite social barranquillera conocía a Páez, le encargaban fotos para el album familiar. Páez las enviaba en un sobre de manila con Rafaelito Páez, y con sus respectivos precios: «Estas dos fotos grandes se las cobras a diez mil, y estas 4 chiquitas, a cinco mil, son $30 mil pesos para la compra de la semana en la casa. Tu de saca para los buses y te quedas con cinco mil».

Rafaelito siempre regresaba con malas cuentas. «Ese tipo es más duro que un sancocho de piedras. Dijo que él no daba más de $15 mil por las fotos. Ajá, y para no perder el viaje y venirme con las manos vacías, se los acepté».

Como al mes, se encontró Samuel Páez con el comprador de las fotos, amigo suyo, quien le reclamó de inmediato: «Oye, Samuelito, está bien que seamos amigos pero no abuses. Eche, me cobraste $60 mil por esas cinco foticos. Esa es mucha plata».

Samuel no dijo nada. Cuando llegó a la redacción venía votando espuma por la boca y con el cinturón en la mano, buscando por todos los rincones a Rafaelito, quien ya se había marchado para uno de los tantos burdeles que quedaban en la zona.

En Barranquilla, cuando fue con el desaparecido cronisra Carlos Castillo Monterrosa, a entrevistar al cantante brasilero Nelson Ned, junto con uno de los periodistas locales.

Ya superada la rabieta, y cuando ya Rafaelito Páez por lo menos sabía espichar el botón de la cámara, hubo la orden perentoria de ir a tomar las fotos de una pareja de ancianos que cumplía Bodas de Oro de casados en un evento alrededor de la piscina del Hotel El Prado, evento simultáneo con un partido de final de Junior con Santa Fe. Ninguno de los fotógrafos de experiencia podía dejar de ir al ‘Romelio Martínez’, entonces Samuel Páez encomendó a su sobrino Rafaelito que fuera a tomar esas fotos, pero que tuviera mucho cuidado porque era una familia muy amiga de don Julio Mario Santo Domingo, dueño del periódico.

Rafaelito desde cuando llegó desarmó la reunión social y les ordenó al par de ancianos que ubicaran al lado de la piscina para tomar una foto panorámica «muy bonita, como para retablo en la pared». Los hijos y nietos de la pareja estuvieron de acuerdo y ayudaron a los ancianos a ubicarse en la pasarela de la piscina. Como el encuadre de la cámara no recogía el cuerpo completo de los dos personajes ni permitía captar el fondo del paisaje, Rafaelito empezó a darles órdenes…»un poquito más pa´tras, otro poquito, más, más», hasta que los ancianos se fueron de cabeza a la piscina y, si no es por los salvavidas que siempre están atentos en esa piscina, se ahogan los celebrantes de sus Bodas de Oro. Rafaelito Páez tuvo que salir corriendo hacia el estadio en busca de refugio. Alá llegó sin cámara ni zapatos. Cuando le explicó al tío lo sucedido, no se escapó de una veintena de correazos. Los otros fotógrafos tuvieron que quitárselo.

Pros

Cons

About author

Comunicador y Periodista. Editor deportivo de Lachachara.co, tiene experiencia en radio, prensa y televisión. Se ha desempeñado en medios como Diario del Caribe, Satel TV (Telecaribe), RCN, Caracol radio, Emisora Atlántico, Revista Junior. Fue Director deportivo de la Escuela de fútbol Pibe Valderrama y dirigió la estrategia de mercadeo y deportes de Coolechera. Para contactarlo: Email: figueroaturcios@yahoo.es
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