Enrique Romerín Tapias, quien encarnó la primera crónica «hombres de hierro» del portal web Lachachara.co, murió en su ley: trabajando de sol a sol.
Por: Francisco Figueroa Turcios
No tenía ningún tipo de seguridad social, ni tampoco era hombre de hacer largas colas para inscribirse para recibir subsidios del Estado en el programa de la tercera edad.
A los 82 años de edad, debía cumplir religiosamente con la faena diaria de ir a atender su humilde kiosko, que él con sus manos elaboró, y allí vendía periódicos, revistas y loterías desde hace 53 años.
Se rehusaba ir al médico, se consideraba un hombre sano, solamente fua al médico dos veces en su natal Cartagena. «Le juro por Dios que solamente he ido dos veces al médico, la primera vez cuando un primo jugándose conmigo me sacó la silla y allí me jodí, por lo que me tuvieron que llevar al Hospital Santa Clara.Y la segunda vez que fue al mismo centro hospitalario fue cuando me mordió un armadillo», decía Enrique sobre su estado de salud.
Se sentía un hombre de hierro, pero, como “los buenos soldados mueren de pie, me levanté bien temprano como de costumbre. Le dije a mi esposa, Norman, que dejara dormir un rato más a mi papá y que más tarde le diera el tinto”.
Al ver que no se levantaba, no era costumbre de él quedarse dormido hasta tarde, su nuera fue a su habitación a llamarlo para que tomara el tinto y desayunara, pero Enrique estaba muerto, relata Vicente, el hijo mayor de Enrique Romerín Tapias.
«Mi mujer salió como loca a pedir auxilio a los vecinos y a llamarme al celular para informarme que papá había muerto», una a una lentamente fueron saliendo las lágrimas cuando continuaba su relato. Vicente laboraba vendiendo tinto en el centro de Barranquilla, ahora deberá asumir el negocio de su padre, para hacerle un homenaje que durante 53 años trabajó en ese kiosko.
Entierro de pobre
Si los ingresos de Enrique Romerín a duras penas le alcanzaban para medio sobrevivir, no podía darse el lujo de tomar un póliza en una funeraria.
Se cumplió al pie la canción de Cheo Feliciano: los entierros de mi pobre gente pobre.
«Cuando regresé a la casa y constaté con mis propios ojos que mi papá estaba muerto, minutos más tarde se me vino el mundo encima cuando pensé cómo hacía para darle una cristiana sepultura, cuando no tenía un peso en el bolsillo y por falta de recursos no habíamos podido comprar un plan en una funeraria».
Fueron llegando los vecinos y al percatarse de la difícil situación,voluntariamente fueron de casa en casa a recoger para comprar la caja y pagar los servicios en la funeraria. Allí se gastaron un millón trescientos mil pesos.
«Lo tuvimos que enterrar en el suelo en el cementerio Calancala, porque el dinero no nos alcanzó para alquilar una bóveda. Tenemos el único consuelo que mi padre fue un hombre ejemplar y trabajador, nos deja esa enseñanza que trabajó hasta el último día de su vida», dice con mucha nostalgia su hijo.
Se llevó un sueño al cielo…
Enrique Romerín no pudo realizar el sueño de vender el premio mayor de una de las loterías. Sólo alcanzó a vender dos premios mayores, pero sin la serie.
«Antes de morirme guardo la esperanza de vender el premio mayor con la serie, para que ese cliente me regale para hacer un nuevo kiosko y con el resto de platica que me quede meterle otros artículos para incrementar las ventas, cada día la plata alcanza menos a duras penas uno gana para comer y pagar los servicios públicos».
Lachachara.co oportunamente le hizo un homenaje iniciando con su historia de vida en la serie de crónicas denominadas «Hombres de hierro». Paz en su tumba.