
Un pequeño recorrido por la vida y obra del director de obras como Taxi driver, Buenos Muchachos, El Lobo de Wall Street, Casino y, su última película, distribuida por Netflix, El Irlandés.
Por Juan Bolívar Ferrer
Los años han pasado considerablemente por Martin Scorsese. El 17 de noviembre cumplió 78 años de vida. En las entrevistas que brinda a los distintos medios se nota jovial e ingenioso cuando, la mayoría de las veces, los periodistas, atacados por la curiosidad, preguntan por el día en que se alejará de los rodajes.
Él, mientras sus canosas y pobladas cejas se arquean, responde: “El problema está presente desde hace unos años. La energía y el tiempo es limitado. Afortunadamente, la curiosidad nunca acaba”.

Martin Scorsese y Robert De Niro durante la producción de El Irlandés (2019). Foto de José Pérez (Cordon Press).
Una infancia como pocas
La historia del cine contemporáneo fuera distinta si a Martin Scorsese no le hubieran extirpado las amígdalas. A sus cuatro años, por el procedimiento quirúrgico mencionado, contrajo asma, lo que le impidió todo tipo de infancia normal en los 40’s-50’s en Little Italy, Manhattan, donde vivió con su familia desde los 7 años. Sus antepasados, inmigrantes sicilianos, zarparon de la Polizzi Generosa hacia territorio norteamericano en busca de oportunidades y tranquilidad, posibilidades que no ofrecía el régimen fascista de Mussolini.
“En Little Italy tenías dos opciones: el seminario o la mafia”, ha dicho el director en una de sus entrevistas. Por su condición de asmático no puedo relacionarse con los niños de su barrio. No se podía dar el lujo de distraerse jugando con la pelota o corriendo entre las calles atestadas de comerciantes, prostitutas y maleantes. Su medio de entretención era ir al teatro y extasiar su imaginación con los westerns, que hasta entonces dominaban Hollywood. De esa manera fue aumentando su amor y respeto al cine, característica esencial de su trabajo desarrollado después de tomar la primera gran decisión de su vida.
Vocación
En los años 60’s, el joven Scorsese, influido por el carácter conservador y católico de su familia, pensaba dedicarse al sacerdocio. Llegó a inscribirse en el Cathedral College of Immaculate Conception, pero sería expulsado por sus malas calificaciones. De la infancia aún le quedaba el recuerdo de su paso como monaguillo en la Antigua Basílica de San Patricio (cuyo cementerio serviría de escenario para Calles Salvajes, 1973) y la mala impresión provocada a la comunidad religiosa por sus inasistencias y retrasos.
Al futuro director le costó decidir, sin embargo, como toda redención característica de sus personajes, comprendió que su vocación religiosa era, en cierta forma, a través del cine. A partir de aquí la historia dice que ingresó a la carrera de Cine en la Universidad de New York, lugar que sería propicio para sus primeras ideas y cortometrajes. Allí consolidaría sus influencias cinematográficas como la Nueva Ola Francesa y el Neorrealismo Italiano; y literarias, como las obras de Fiódor Dostoievski y Graham Greene.
Críticas, premios y frustraciones
El cronista Alberto Salcedo Ramos, en el ciclo “El cine y yo” auspiciado por El Tiempo, dijo que era una incógnita saber quién había vertido más sangre en el cine, pero seguramente estaba entre Quentin Tarantino y Martin Scorsese. Ambos directores han contado con suerte parecida en cuanto a la crítica por el uso exagerado de la violencia y sangre en sus películas.

Robert De Niro y Martin Scorsese en la grabación de Taxi Driver (1976). Foto de Steve Schapiro.
Scorsese, en entrevista con Revista Magazine de la Vanguardia de Barcelona, expresó: “Yo crecí con todo esto alrededor y, aunque no lo quisiera, estaba ligado a ello. Son, junto al vínculo familiar y a la religión, los elementos que me influyeron más en los primeros años de vida; cuando estás dando forma al hombre que serás”.
“La violencia que tengo en mis imágenes no es agradable”, dice el ganador de un Oscar al Mejor Director por su película Los Infiltrados (2006) —su único premio de la Academia. “Sólo que no reconozco otra manera de demostrar lo que estoy contando”. Estas palabras aparecieron en un documental de Edutopia, sitio web fundado por el cineasta George Lucas, reconocido por la saga de Stars Wars e Indiana Jones, quien, junto a Steven Spielberg y Francis Ford Coppola —amigos todos desde los 60’s—, entregó el galardón al director vivo más nominado de la historia (9), sólo por debajo de William Wyler, nominado en 12 ocasiones.

De izquierda a derecha: Francis Ford Coppola, Martin Scorsese, Steven Spielberg y George Lucas en la ceremonia de los Oscar número 85, en el 2007. Foto de Associated Press.
Aunque siempre presente, la violencia no se limita a disparos y asesinatos. Para generar un golpe en el otro sólo se necesita un gesto, una frase o, en ocasiones, el silencio. Y, precisamente, Scorsese lo aplica en el ámbito familiar (en él se generan y desarrollan las mayores tensiones que puede vivir un ser humano. Bajo ese concepto se enmarcan sus personajes). Ya sea en forma de organización criminal, laboral, sentimental o por lazos de sangre. Este círculo, a fin de cuentas, es causante de las acciones que realizan los personajes y responsable del desenlace de algunas de sus películas.
Un aspecto importante en su obra son los fracasos. No todos los filmes generan una buena taquilla ni gustan a la crítica ni al público, y el italoamericano lo sabe por experiencia. Títulos como New York, New York (1977) o La última tentación de Cristo (1988) fueron, en su momento, vilipendiados a las afueras de las salas de cine y en las secciones de cultura de diarios estadounidenses, siendo la crítica especializada la encargada de despotricar a Scorsese como director. Esta situación, sumado al sacrificio que hacía financiando por su cuenta las producciones que, a pesar de demostrar técnica y concepto, fracasaban, lo condujo a la depresión en varias ocasiones, y, con ésta, al abuso y refugio en las drogas.
“Todo era cuestión de forzar la máquina, de ser malo. Vivir al límite. Si me drogaba de ese modo era porque quería hacer muchas cosas…llegar hasta el final y ver si moría”, ha dicho el director sobre ese periodo de su vida. Su amigo y actor Robert De Niro, cuya infancia transcurrió en Little Italy (sus bisabuelos italianos emigraron de Molise), a pocas cuadras del 253 de la Elizabeth Street donde vivía Scorsese, vio a su compañero atado a un respirador y escupiendo sangre. La cocaína estaba acabando con él. Tenía 40 años. De Niro acababa de leer una biografía del boxeador italoamericano Jake LaMotta. Fue a visitarle y le dijo: “¿Qué te pasa, Marty? ¿No quieres vivir para ver crecer a tu hija, para verla casada? ¿Vas a ser una de esas flores de un día que hacen un par de buenas películas y se acabó? ¿Sabes una cosa? Podemos hacer esta película. Podemos hacer un gran trabajo. ¿Vamos a hacerla o no?”.

Martin Scorsese y Robert De Niro en el rodaje de Toro Salvaje (1980). Los Ángeles. Foto de United Artist.
El resultado fue Toro Salvaje (1980), película nominada en 8 categorías a los premios Oscar (ganaría la estatuilla por Mejor Montaje, entregado a la editora de la mayoría de sus filmes Thelma Schoonmaker, y por Mejor Actor a Robert De Niro). La crítica la alabó y se convirtió, según publicación de Entertainment Weekly´s en 1999, en una de las 100 mejores películas de la historia del cine; y pasaría, para The Washington Times en el 2017, a conformar la lista de las 20 mejores películas americanas de todos los tiempos.
El mundo que soy
Scorsese dice que le faltan unas cuantas películas para retirarse. Su último trabajo, El Irlandés (2019), significó una inversión para las productoras de 225 millones de dólares. Un reporte de Netflix dice que fue vista por 26.4 millones de cuentas en su primera semana de circulación en la plataforma de streaming.
Para el 2021 ya tiene proyecto asegurado y financiado por Paramount Pictures y Apple, quienes se encargarán de poner sobre la mesa los aproximadamente 200 millones de dólares que materializará su próxima película “Los asesinos de la luna de las flores”, que tendrá a sus actores preferidos: Leonardo Di Caprio —luego de haber colaborado con Scorsese en Pandillas de Nueva York (2002), El Aviador (2004), La isla misteriosa (2010) y El Lobo de Walls Street (2013)— y a Robert De Niro. La película será su primer western, ambientado en la primera mitad del siglo XX en Oklahoma.

Martin Scorsese, Leonardo Di Caprio y Robert De Niro. Foto de Getty Images para Netflix.
“Si tienes el privilegio de seguir trabajando, entonces debes asegurarte que haya algo que necesite ser contado”, dijo Martin Scorsese el 2 de junio de este año para The New York Times. Es el lema de un hombre que ha hecho de su vida un acto de honor al cine. Desde la actuación en películas de Akira Kurosawa (Sueños, 1990), hasta el apoyo a jóvenes directores con su empresa Sikelia Productions, donde también conserva y recopila archivo cinematográfico para donarlo a diferentes países y fundaciones.
Scorsese ha conseguido entender el mundo a través de la pantalla grande. Por eso el cine sería distinto si “Marty” hubiera sido un niño sano, sin asma ni amígdalas extraídas. Estaría ofreciendo liturgias a los neoyorquinos de Manhattan o en un cementerio, abatido por la mafia. Y no hubiera pronunciado las palabras que definen su vida, su trabajo y al cine: “Mis películas son el mundo que soy. La manera en que comprendo a la condición humana”.