Estilo de VidaSalud

Los dos sobrevivientes

Historia en la que se demuestra la conexión entre los seres humanos y sus mascotas.

Por Luis Fernando Campero

Blacky es un perro de raza pinscher estandar. Por 14 años ha sido parte de  nuestra familia. Un cuidador implícito y silencioso en la evolución de un mal de Parkinson que me diagnosticaron hace 15 años, cuando tenía 39.

Esta raza de caninos pertenece al grupo de perros cazadores, reconocidos como “bullero” o  “perro alerta”. Si tocan el timbre, ladra; si traen cualquier domicilio, ladra; si llega mi esposa en la camioneta, ladra; si llegan desconocidos a coger mangos al árbol de mi propiedad, ladra; de igual manera sucede con el vendedor de aguacates, la vendedora de dulces típicos de la región, el señor del periódico.

Le tiene fobia a las escaleras de los operadores de telefonía, tv cable, energía eléctrica, y excepcionalmente se salva el operador del agua. Le tiene pavor a los voladores, una vez se nos perdió durante varias horas, recuerdo que era una fiesta de la Virgen del Carmen, no lo encontrábamos, hasta que al fin mi esposa lo descubrió detrás de la lavadora, asustado por los juegos pirotécnicos.

Blacky tenía un mes de nacido cuando se lo obsequié a mi hija, la cual en ese entonces tenía 4 años. Tenía el rabito corto, pero orejón, a los tres meses le mandamos a cortar las orejas, total quedó como un doberman pero pequeño, de color negro y dorado.

Salíamos a caminar todos los días, en la mañana y en la noche dábamos vueltas a la manzana, Blacky aprovechaba para realizar sus necesidades. Debido a la progresión de mi enfermedad, no pude hacer más los paseos, fue entonces cuando le dije a mi hija: “saca a tu perro todos los días”, lo cual no dio resultado porque se acercaban perros de gran tamaño a socializar con Blacky, por lo que mi hija soltaba a su mascota y salía corriendo despavorida, mientras Blacky terminaba perdido.

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Una tarde, llovía de manera torrencial  sobre la ciudad, me encontraba solamente con Blacky en el apartamento, cerré la puerta principal y la del patio posterior, no me percaté del agua que se había filtrado por la ventana del comedor y terminé resbalándome, como mecanismo de defensa para no caer me aferré a las sillas del comedor, pero fue inevitable, quedé bajo dos asientos. Afortunadamente no tuve ningún tipo de trauma en la cabeza, fue imposible levantarme rápido debido a que perdí fuerza, máxime que sobre mi persona había dos sillas de madera pesadas.

En vista de que no podía moverme y mi teléfono celular quedó sobre la mesa del comedor y no tenía otra forma o medio de comunicación para solicitar ayuda, Blacky junto a mí comenzó a ladrar más fuerte de manera continua, y mi persona gritando con el fin de si algún vecino nos lograba escuchar, lo cual resultó infructuoso debido a que cuando comenzó la lluvia cerré todas las puertas y ventanas. Fueron  tres o cuatro horas, las más eternas de mi vida, mientras mi esposa e hija llegaban debido a que no contestaba el teléfono celular. Con este episodio comprendí y puedo asegurar la increíble conexión de las mascotas con los humanos. Te conocen, y no solo es una intuición.

En año y medio he tomado dos de las decisiones más importantes de mi vida: la primera en referencia a mi salud, como fue convencerme y persuadir y demostrar a mi familia de someterme a una gran cirugía como es la Estimulación Cerebral Profunda Bilateral o DBS, y su gran relevancia por supuesto, debido  a la gran complejidad de la misma y los riesgos al que me exponía.

El procedimiento quirúrgico se llevó a cabo, me fue implantado el neuroestimulador cerebral, ocho horas de duración, las primeras cuatro horas fueron despierto y las cuatro restantes dormido. Después de año y medio puedo afirmar que en mi caso fue un total éxito, ya que me devolvió autonomía  sobre actividades de la vida diaria que se habían perdido o se encontraban bloqueadas, debido a que la rigidez y el temblor disminuyeron notablemente, aumentando así las proporciones de una mejor calidad de vida.

Para la misma época de mi cirugía, a Blacky le salió una especie de verruga junto a la oreja derecha, la cual fue agrandándose,  le colgaba junto a la oreja, se llevó al veterinario y este determinó que era un tumor de grasa benigno, y cuyo diagnóstico fue que lo dejáramos así porque no se podía operar por ser un perrito demasiado viejo.

Sin embargo fue algo muy molesto para Blacky, hasta que en un día con las uñas él mismo se reventó el Tumor de Grasa Benigno, lo cual fue bastante grotesco debido a que cuando se sacudía manchaba de sangre todo lo que le rodeaba. Vinieron las curaciones, sanaron las heridas por algún tiempo, pero el episodio se tornó reiterativo, mi esposa histérica y cansada sugiere llevarlo por segunda vez al veterinario, con el fin de que lo durmieran ya que estaba sufriendo, comía con dificultad y cada vez se veía más débil.

El veterinario fue muy claro: «Es un perro viejo, tiene un soplo al corazón grado dos, vamos  a operarlo como último recurso, pero lo más posible es que no sobreviva a la operación».

Lo dejamos a las 8 am y que él nos avisaba el resultado. Salimos de la veterinaria llorando los tres, mi hija, mi esposa y mi persona;  no quedaba otra cosa que esperar, “que Dios quiera”, pensé.

Nos llamaron a las 3pm, que Blacky sobrevivió a la operación.

“Los perros reaccionan al dolor humano de una manera sumisa que se ajusta a proveer alivio como si el verdadero entrenamiento biológico de esta especie fuera la empatía”.

Mi pregunta es: ¿Será cierto que las mascotas se parecen a sus dueños?

Los dos sobrevivimos  a una cirugía de alta complejidad, Blacky me ha ofrecido afecto seguridad e independencia.  Ahora que he vuelto a caminar, los dos sobrevivientes a quienes visiblemente se nos notan las canas por el paso de los años, diariamente estamos saliendo nuevamente a dar la vuelta a la manzana en  nuestro barrio, tal como lo hacíamos anteriormente.

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