La historia de Alexander Durán, un cienaguero que demuestra que el trabajo es la mejor manera de construir humanidad.
Por Andrés Ibañez
Empecemos esta historia con la humana realidad de un animalito que enfrenta la vida con «actitud desafiante y valiente», como canta Rafael Escalona y aquí interpreta Carlos Vives en la memorable telenovela que dio pie a los Clásicos de la Provincia:
Ahora sí pasemos a contarte la historia de un Jerre jerre humano que todos los días fabrica los bloques con los que se hacen todas las cosas en «la calle es una selva de cemento».
Por estos lugares en los que la maquinaria de punta no predomina, hay una forma particular de sobreponerse a la fiera salvaje del desempleo, que se pasea a sus anchas como el Jerre jerre. Una manera de sobrevivir a la falta de oportunidades que hay en Ciénaga (Magdalena) es la elaboración de bloques de concreto, como son los que Alexander Durán, de 43 años, produce para ganarse el sustento de cada día.
A las 4:00 a.m., “Jerre Jerre”, como es conocido Durán, despierta, sale de su habitáculo y organiza los elementos de trabajo. Un molde de material inoxidable, una pala, cemento, agua y arena, son los componentes que necesita para iniciar su jornada. Agarra su pala y empieza a mezclar. Lo hace repetidas veces, una y otra vez, sin descansar, hasta lograr que todo esté perfectamente combinado.
El sol despunta y para la mayoría de personas es un hecho molesto, pero para Jerre Jerre es una agradable circunstancia que le permitirá obtener bloques firmes y de la mejor calidad. Luego, hay que llenar el molde con la mezcla. Cada pedido tiene una cantidad mínima de 3.000 bloques, lo que significa vaciar igual número de veces el contenido sobre el molde. Pero antes de darle continuidad a su faena, Alexander toma un descanso y decide ir a la tienda por un refresco y un pan, se lo come, veloz. Menos de cinco minutos después, se pone en marcha para reanudar su quehacer.
A las 6:00 p.m., Jerre Jerre ha terminado de hacer los 3.000 bloques, algunos están completamente secos, otros todavía siguen húmedos. Cuando están listos para entregar, Alexander sale a entregarlos al cliente en su ciclotaxi. El reloj marca las 10 de la noche, han pasado más de 12 horas y Jerre Jerre vuelve a su casa, se da un baño, cena y descansa frente al abanico pequeño que usa para calmar la sofocación que agobia, aún, en las horas de la noche.
Él se sobrepone a los problemas con el oficio que le enseñó su amigo Nelson Flórez y, gracias a lo aprendido, puede tener la tranquilidad de que sus hijos no se irán a dormir sin un bocado de comida en la boca.