Pocas veces pensamos en lo que pierde el ganador o en lo que gana el perdedor. Las victorias no son puras, y mucho menos las derrotas.
Por Jairo Alonso Castañeda Barragán
La chica sale al balcón con un documento para informar con cuál de los dos pretendientes se queda. Muy al estilo de Sara Danius, quien anuncia cada año el ganador del Premio Nobel de Literatura. Supongamos que este sería el método con el que una mujer hace pública su decisión en materia sentimental al elegir el ocupante del “trono”. Después del anuncio, ¿Podría existir empatía entre los dos hombres que pretendían a la misma mujer?
Imaginen otra escena, en la que el Director de Licitaciones anuncia que la propuesta del contratista “A” superó a la del “B”, en presencia de ambos agradece al “B” por haber participado y felicita al “A”. El ganador es esperado por su equipo de trabajo, para brindar por el contrato que asegurará la estabilidad económica de todos por un par de años. El derrotado estalla en lágrimas al sentir que su esfuerzo fue en vano, su rival lo nota y rápidamente se sienta a consolarlo. Llama a sus compañeros para cancelar el agasajo, prefiere irse con el derrotado a darle palabras de aliento y tips que le ayuden a incrementar sus opciones en próximas convocatorias. ¿Qué tan probable es que esto ocurra?
En otro ámbito, notamos que 10 minutos después de finalizado el cotejo futbolero, el camerino del equipo vencedor inesperadamente queda desolado, no sucedió la clásica selfie grupal en donde suelen aparecer los jugadores bañados en champagne, con gestos de euforia y el trofeo manoseado por todos. Los triunfadores salieron inmediatamente para el camerino del equipo perdedor a ofrecerles todo su apoyo moral. Los afligidos fueron consolados, uno a uno, por cada contrincante. Un ejemplar gesto solidario ante la tristeza de sus colegas por haber perdido la copa.
Y finalmente, el político vencedor, de manera entusiasta, empieza su discurso con los clásicos agradecimientos y no tarda en invitar al candidato perdedor a que trabajen juntos por la unidad nacional. ¿Es una señal de democracia o una jugada para evitar que el perdedor (y su bancada) lo fastidien en su gestión?
¿Podrían ordenar estas cuatro escenas utópicas, de la más probable a la menos?
Pocas veces pensamos en lo que pierde el ganador cuando vence o en lo que gana el perdedor cuando sale derrotado. El contratista descartado se va a celebrar por el aprendizaje que le dejó la derrota. Sabe que detrás de esto hay importantes reflexiones que le harán crecer. ¿Pero se va a acostumbrar a perder sólo porque siempre le encuentra algo provechoso a cada fracaso?
El ganador centra su consuelo en “no te sientas triste porque ni yo mismo tengo claro qué derivados negativos pueda traerme este triunfo, no sé si habré comprado un boleto al infierno. Puede que al ganar este contrato, me llenaré de dinero y esto pueda conducirme a ser una mala persona. ¡Espero que no! Pero todo es incierto mientras no se haya experimentado».
Sin embargo si el contrato, por el que luchan, es cuantioso y si el licitante derrotado no da señales de descortesía, puede que el vencedor lo subcontrate cediéndole una porción del mismo.
Por la mala fama que tiene la política, se cree que allí “nadie da puntada sin dedal”, y que si el político victorioso se acerca al derrotado es por la conveniencia de un gana-gana que se tejerá detrás del telón ¿el pueblo se beneficiará de esta alianza?
Acá puede suceder algo similar al mundo de los negocios, en donde al perdedor suelen entregarle su tajada de consuelo: los negocios se politizan y la política se mercantiliza.
Teóricamente al deportista lo mueve más el honor que el dinero, y el compartir esa pasión con su colega hace que aumente la empatía entre ambos. También incide que el deporte sea: 1. individual 2. Sin mucho contacto 3. Con reglas claras (soportada por la tecnología) para que los contrincantes tengan mayor madurez a la hora de aceptar el resultado, siendo el tenis el ejemplo concreto. Caso contrario al fútbol (Es grupal, con mucho roce y con una habitual interpretación subjetiva de las reglas) en donde la tensión se mantiene aún después de la finalización del partido. Cuando se trata de una figura pública, se ve obligado a proceder con gentileza ante la presión de sus fans y de los patrocinadores que exigen una postura ética acorde a su fama.
El amor, tal vez sea, el escenario en donde con mayor dificultad prospera la nobleza del vencedor o la pacífica resignación del perdedor. Allí es todo o nada, no hay forma en la que el ganador le otorgue unas horas mensuales del tiempo que comparte con su novia, al vencido. El análisis cambia si los dos seres que disputan a una persona no parten desde cero con las mismas condiciones, pues supe del siguiente caso de la vida real: Un hombre le fue infiel a su esposa con otra mujer, yéndose a vivir con esta. Dos años después regresa a casa con la aceptación de la esposa. La “intrusa” desconsolada sigue llamando al hogar a manifestarle su tristeza. La esposa responde las llamadas y le ofrece su consuelo a la mujer que le destruyó el matrimonio. Un ejemplar gesto compasivo: terminan haciéndose amigas.
Si se da un saludo gentil después de la disputa, ¿de quién es la iniciativa? ¿1. del Ganador, 2. del perdedor o 3) de ambos al mismo tiempo? ¿Basta con un semblante desmoralizador del perdedor para que el ganador se estimule a acercársele? ¿o es el perdedor que, al sentir mucho respeto por el vencedor, da su brazo a torcer y con humildad lo felicita?
No descarto que el vencedor también puede sentir mucho respeto por el derrotado, ya que la resistencia que le puso ayudó al aumento de su excelencia. El grado de empatía al final de la contienda depende de la química que se gestó durante la competencia. Difícil saludar con gentileza a tu competidor si notaste que durante el desarrollo del juego obró con suciedad.
Para cualquier de los cuatro escenarios planteados, nunca sabemos si el trato noble entre ganador y perdedor es realmente transparente o fruto de una presión mediática (para mantener una buena reputación). Evaluamos a los involucrados no sólo por sus actos sino por lo que suponemos que sienten en el fondo.
Cuando se piensa más en el largo plazo que en el corto, el ser humano se ve obligado a proceder de manera políticamente correcta. Nunca se sabe si en el mañana va a necesitar de esa persona con la que riñó por un objetivo de vida o muerte.