En una ironía de la vida, el hombre que durante más de medio siglo hizo reír a carcajadas a los costeños, murió triste y abandonado. Como lo dijo en una de sus últimas entrevistas: “la ingratitud del mundo me quitó la risa”.
Era un negrito muy bien puesto. Elegante. Bien arreglado y con un bigote siempre atusado de manera impecable. En los últimos años de su vida, por lo general alegre y divertida, vivió de una raquítica pensión de la desaparecida licorera del Atlántico.
Manuel Domingo Martínez nació el 4 de agosto de 1927 en el pasaje ‘Castro’ detrás de la cervecería Barranquilla, que también daba el nombre al barrio. Murió tres meses antes de cumplir los 86 años.
Es el último de una legión de creativos y propulsores del buen humor costeño, como el ‘compae Manue’ (ya fallecido) y el gordo Darío Gómez (también bajo la tumba). Eran los reyes del entretenimiento con risa. Eran los Maestros del programa “Cheverísimo”. Eran el talento de ese espacio. Aunque Rafael Páez ni Mike Char Abdala nunca lo quisieron reconocer, por la mezquindad de ambas almas. Que en eso parecen gemelas.
La historia de Mingo Martínez empezó el día que murió el bachiller-militar Wilson Rafael Martínez Olivares (16 de diciembre de 1987). Ese día su alma sensible sintió que algo se le podría por dentro. Se apagaba la chispa y la alegría que le dieron vida al humor satírico y bonachón de Mingo Martínez.
“Esa noche jugaban Junior y Santa Fe en el estadio Metropolitano. Yo estaba listo a subir a la tarima en una fiesta patronal en uno de nuestros alegres pueblos costeños, cuando, de repente, alguien sube y me dice: ‘Mingo, tu hijo acaba de morir a la salida del estadio’. Me tiré de la tarima y me vine para Barranquilla, no sin antes disculparme ante el público y el Alcalde”, recordó hace unos meses Mingo aquel momento, ocurrido 24 años atrás.
Navegando por el Caribe nació ‘Mingo’ Martínez
Casi todos los personajes costeños nacen en algún pequeño pueblo o zona rural y vienen a Barranquilla en donde desarrollan su talento. Mingo, nacido en Barranquilla el 4 de agosto de 1927, lo hizo al revés. A los trece años de edad se subió a la lancha ‘Flor de Colombia’, que partía del caño del mercado y recorría el Magdalena, el Cauca, la Mojana, la Boca de las Paloma, Alto del Rosario, Simití, La Raya, Guaranda, Achí, Tenche, San Jacinto del Cauca, Sucre, Majagual y retornaba a su punto de partida cargada de pasajeros y guacales de gallinas y pavos y sacos de yuca y ñame.
Manuel Domingo Martínez, su padre, a quien sus amigos llamaban ‘Pollo Pelongo’, un reconocido repentista y decimero, era el motorista de la embarcación y su hijo fue, desde entonces, su ayudante de confianza.
Fueron siete años “de la mejor escuela de la vida para conocer el alma de nuestro pueblo costeño. Sus alegrías, sus tristezas, sus costumbres, sus dichos, su permanente buen humor a pesar de las circunstancias adversas”, recuerda Manuel Domingo Martínez Morillo, mejor conocido como Mingo Martínez, hombre de callos en la mano, pelo en pecho y remolino en otra parte’, como él solía presentarse en sus actuaciones en todos los rincones de la Costa Caribe.
De esa época le quedó el mejor repertorio para su completo portafolio de chistes, muchos de los cuales los dejó resumidos en un libro que editó hace poco.
Después de bajarse de aquella lancha legendaria se fue a la finca bananera ‘La Lola’, en donde además de convertirse en un diestro con la chambelona (machete de cacha larga para cortar la maleza y desprender los gajos de guineo), pasó a ser el centro de atención en cada tarde, después de la jornada, rasgando su guitarra y echando cuentos. “Nos despachábamos diariamente hasta medio bulto de ron caña, acolitados por el propio administrador de la finca, Alberto Cayón y su hijo Carlos, estupendo guitarrista”.
Ya con ese ‘doctorado’ en la zona bananera, se vino a Barranquilla a desempeñar los más diversos oficios. Bracero en el terminal, ayudante de camión de carga, asistente de su mamá Susana Morillo en el puesto de fritanga al lado de ‘Mi Kiosquito’ (el célebre bailadero del difunto Víctor Reyes), hasta cuando Gustavo Castillo García lo descubrió como cuentachistes y lo juntó con el desaparecido humorista monteriano Octavio Manuel Valencia Molina, mejor recordado como ‘El Compae Manué’.
Ahí empezó la época de oro de este extraordinario humorista costeño, quien se dio el lujo de recorrer el país al servicio de la cadena Todelar, originando desde la emisora matriz Radio Continental en Bogotá. Al lado de su Compae Manué alternaron con los grandes de esa época que venían a Colombia. Pedro Vargas, Javier Solís, Los Panchos, La Sonora Matancera. En Barranquilla era la estrella en cada Carnaval y la Reina de turno lo convertía en su acompañante preferido. La crema y nata barranquillera lo buscaba para animar sus reuniones.
Por esa época se hizo amigo de una niña que apenas empezaba y después sería la reina mundial del pop, Shakira Mebarak. Todo ello le valió ser incluido en el reparto de varias películas, que incluían sus sketches (escena breve, generalmente de humor, en una obra escénica), entre otras: La Costeña y el Cachaco, Maten al León, El Último Carnaval y Siniestro.
También -no podía faltar en la vida de un personaje popular- incursionó en la política como animador de tarima y en la burocracia; el desaparecido senador y líder liberal costeño Carlos Martín Leyes lo empleó en la extinta Fábrica de Licores del Atlántico, de lo cual le quedó una modesta jubilación de un poco más de un salario mínimo mensual, que es de lo cual modestamente vivía en estos sus últimos años de su periplo vital.
Eso, y la muerte de su hijo, lo entristecía mucho en el ocaso de la vida, ya con el sol a las espaldas. Haber aportado su abrumador talento en todos los escenarios. Haber divertido a varias generaciones. Haber llevado la representación de la Costa y de Colombia a tantos escenarios.
Conocí a Mingo Martínez cuando un viernes en la tarde llegó a mi oficina con la increible idea de publicar un libro de chistes, un obra digna de su repertorio. No niego que una sonrisa se asomo en mi rostro al ver que este gran hombre confío en nuestra empresa para la edición de sus memorias, nos arriesgamos y resultó. Se publicaron tres ediciones bajo el sello de Casa Editorial Antillas -siempre recuerdo con beneplacito la dedicatoria de ese libro: «A mi familia y amigos que aunque no me ayudaron tampoco me estorbaron»; años después en el 2005 ya era parte de nuestra familia y de manera generosa y amable, típico en él, nos acompañó a un recorrido por varios pueblos de los Montes de María terminando en una gran reunión política donde apoyo incondicionalmente y frente a cientos de habitantes de El Guamo a mi padre, su incondicional amigo, Abel Avila. Mi apreciado Mingo, que triste despedirte. Dios te recibe con los brazos abiertos, con una sonrisa en sus labios y nosotros los mortales lloramos tu partida. Mis sentidas condolencias a sus familiares y amigos; y más aún a todos aquellos a los que nos brindo su incondicional sonrisa. Tu amigo Alfonso Avila.