Juan Carlos Rueda y Ernesto McCausland, ya deben estar sentados en algún rincón del cielo, «tirando líneas» los dos.
Por William Ahumada Maury
Juan Carlos Rueda
Ernesto, con su gigantesca talla vistiendo una bata de impecable blanco, que ilumina su hermosa sonrisa. Y Juan Carlos, maravillado por la fantasía del cielo, atiborrando a su amigo con las ultimas noticias de Barranquilla.
Todas represadas en su enorme pecho y agitadas por la emoción de querer contarlas a Ernestico en primicia. Ese abrazo debe haber sido colosal.
Juan Carlos muy seguramente deberá pasar los estrictos controles del vestuario en el cielo. Y echará dos vainazos en privado a su ex jefe al desprenderse de su mochila -en la que no faltó nunca su libreta de apuntes y tres bolígrafos para escribir «de velocidad» sus canciones cuando lo sorprendiera la musa-, una caja de cigarrillos, dos encendedores, una grabadora y una libreta con un millón de secretos sobre sus correrías por el mundo macondiano que tanto amó.
Ernesto McCausland
De seguro mirará cabizbajo a Ernesto cuando se despoje de sus collares de cuentas multicolores y de las manillas que colecciono desde que viajaba por los pueblos «cazando» canciones para el Joe Arroyo.
Cuando el asistente de San Pedro le señale su barba rala de intelectual criollo sentirá ganas de regresar a Quilla. Ernesto reirá de lo lindo cuando le digan en tono paternal que ya no hay regreso.
Vamos para que saludes a Joe, a Adolfo Echeverría, a Estercita, a Mingo Martínez y a Diomédes
«Ellos no pudieron venir a recibirte porque están con el Patrón preparando una reunión para agasajarte. Aca tus historias tienen muchos seguidores» le dirá mientras lo abraza y caminan el sendero florecido hacia el mas allá…
