No fue un esclavo de ella, fue un amante consentido de una cabina que ya casi muere junto con él.
Por Rafael Sarmiento Coley
Marzo de 1932. El puerto de Magangué, Bolívar, sobre el desafiante río Magdalena trepida con el salir y llegar de lanchas, botes, canoas, chalupas, champanes, motopollas.
Todas llevan o traen pescado, arroz, maíz, yuca, ñame, ponche ahumado, carne salada de res, de guartinaja, de zaino, bagre, bocachico, barbudo, coroncoro, venado, pava congona y otras especies, muchas de ellas ya desaparecidas de la fauna costeña.
A tres cuadras de aquel maremágnum una madre da a luz a un niño blanco, hermoso, de ojos gateados, pelo ensortijado y cacheticos como bombones. Eran las cinco menos cinco de la mañana del 5 de marzo de aquel año de convulsión comercial en el puerto magangueleño. Sale del útero materno y lanza al aire su primer chillido de un nuevo ser que acaba de venir al mundo, un chillido de libertad y de premonición de lo potente que sería aquella garganta durante más de medio siglo.
Desayuno con bocachico
Magangué se estremece en medio del grito herido de centenares de vendedores que salen del puerto a recorrer todos los rincones de la población. Venden el desayuno a muchas familias que todavía tienen el fogón apagado, por flojera, y prefieren comprar ‘el primer golpe’, consistente en un puñado de arroz, una cola de bocachico frito y una astillita de yuca, todo ello apretujado en una bolsita de papel cartón.
Cuando el niño empieza a gatear, sus padres lo bautizan con el sonoro nombre de Gustavo Adolfo Castillo García, quien pocos años después es un niño que corre, libre, culebreando detrás de una cometa en medio de los vendedores de fritanga del puerto-mercado, a riesgo de caer en una de las pailas donde se fritan los pescados.
Magangué en ese momento tiene en cada esquina una piladora de arroz de algún pequeño comerciante de origen libanés o sirio, quienes, además de arroceros, montaron en aquel puerto las primeras emisoras de esa región y los primeros enormes almacenes de las más finas telas y porcelanas traídas de Damasco y otras ciudades porteñas del Mediterráneo.
Murió dormido
De allí de ese mundo intrépido, exótico, variopinto y trepidante se viene a Barranquilla, a muy temprana edad Gustavo Castillo García.
Febrero 17 de 2016. El consagrado hombre de la radio fallece en Barranquilla a las tres de la madrugada en su residencia de la calle 79 número 64-36. Le faltaron 17 días para llegar a los 84 años de vida.
“Mi mamá lo acostó a las siete de la noche y fue a darle vuelta a las 10. Yo me levanté, como todas las noches, y fui a darle un vistazo a la una de la madrugada. Estaba profundamente dormido. Respiraba pausado. Había tenido problemas pulmonares y le habían dado unas fiebres, pero ya eso lo había superado, gracias a Dios, porque, como él era diabético, no podía dársele cualquier remedio para una gripa. A las seis de la mañana, cuando mi mamá fue a darle los buenos días como siempre, ya estaba muerto. Murió dormido”, es la voz adolorida de Jorge Iván, el segundo de los seis hijos que tuvo Gustavo Castillo García con Ruth Valencia de Castillo, nacida en Manizales, Caldas.
Los otros hijos son: Gustavo Castillo Valencia, Carlos Mauricio, la hoy médico Patricia (a quien él saludaba por radio de manera permanente como ‘La Papuca’, porque era su niña consentida), Hernán Augusto y Juan Pablo.
Por esos caprichos indescifrables de la vida, Castillo García, muy joven se fue a Manizales contratado por Transmisora Caldas de Manizales, que se arriesgó por ensayar con locutores que apenas habían empezado su vida radial. De esa manera Gustavo empieza su periplo en la radio al lado de Julio E. Sánchez Vanegas, Carlos Pinzón y otras tantas voces que luego serían toda una institución en la radio colombiana.
Cuando ya era una figura conocida, otro ‘cachaco’, Gustavo Cardona Agudelo, lo contrata para venirse a Barranquilla a Emisora Variedades, en donde empieza a destacarse en la radio local. Poco después Hernando Franco Bossa se lo lleva para la naciente Cadena Radial del Caribe (CRC), en donde se consagra.
‘Tarde o temprano su radio’…
Entonces el viejo zorro italiano de la radio local, don Clemente Vasallo, se lo lleva para su Voz de la Patria, ‘la emisora de la tonalidad perfecta’. En esa época la radio reinaba en todos los hogares del país. La televisión apenas empezaba a gatear. Y los locutores eran los dioses de la sintonía y los ídolos de las localidades.
Sobre todo si eran talentosos, innovadores y con ‘chispa’, como Gustavo Castillo, el rey de la sintonía con sus programas de radioteatro como ‘Aquí la Costa’, ‘La tómbola Murcia’, ‘El cantante de mi barrio’, ‘Las cosas de mi tierra’ y tantos otros en donde encontraron su plataforma de lanzamiento estrellas del canto, compositores, decimeros, humoristas, libretistas y locutores. Nombres como los del Compae Manué y Mingo Martínez, Esthercita Forero, Alci Acosta, Julio Cerama, Mario Gareña, Cristóbal Sanjuan, Sofy Martínez (rebautizada por Castillo García porque su nombre de pila es Sofía Richiulli, nacida en Riohacha, hoy residente en Miami).
Después de once años de permanecer en la Voz de la Patria, en donde hizo famosas decenas de jingles o ‘cuñas’ (una de sus más famosas fue ‘Tarde o temprano su radio será un Phillips y Murcia se lo vende’, pero él mismo refería burlándose de sí mismo porque “meses después Marcos Pérez me fregó con la cuña ‘Tarde o temprano su radio será un Phillips y Philco se lo fía”), se fue a Radio Libertad de don Roberto Esper Rebaje.
Allí nació una dupla de oro, Gustavo Castillo García y Ventura Díaz Mejía. Fueron los amos de la sintonía en un noticiero que duró los años que ellos quisieron. Hasta cuando se separaron y cada uno montó tolda aparte y Gustavo desfiló por Riomar y ABC de Todelar, Emisora Atlántico, Radio Reloj y de nuevo en ABC, en donde concluyó su vida radial.
Es la partida de un hombre que deja una historia en su periplo vital. Un hombre genial de la radio colombiana. Su sepelio será este jueves a las tres de la tarde en Funeraria Los Olivos en la Vía al Mar. Paz en su tumba.