Para identificar ese sentimiento en principio se ha hablado del término “Xenofobia” que traduce el sentimiento de miedo – que llega hasta el odio y la animadversión – hacia los extranjeros.
Por: Victor Herrera/columnista invitado
En la discusión que durante los últimos meses se ha dado en diversas esferas acerca de la problemática cada vez más creciente de la llegada de venezolanos hacia varios países de Latinoamérica – y particularmente hacia nuestro territorio colombiano en donde ya se habla de un millón de ellos, y también del incipiente arribo de nicaragüenses – ha surgido la preocupación sobre la actitud de rechazo y desprecio que expresan muchas personas hacia estos desplazados, que son consecuencia de la situación económica, social y política que viven sus países de origen.
Para identificar ese sentimiento en principio se ha hablado del término “Xenofobia” que traduce el sentimiento de miedo – que llega hasta el odio y la animadversión – hacia los extranjeros. Sin embargo, la realidad parece no corresponder a esta definición.
En efecto, Colombia – como casi todas las naciones – tiene hasta un Ministerio de Turismo encargado de posicionar al país en las ferias de todo el mundo para atraer cada vez más visitantes de origen extranjero, lo cual se ha venido logrando con éxito hasta llegar al récord de más de 6,5 millones de viajeros en 2017. Pero entonces, ¿Cuál diferencia hay entre esos millones que llegan en avión, en crucero o por tierra, se alojan en hoteles, comen en restaurantes, en fin, esos que vienen a gastar dinero paseando o invirtiendo aquí y los que entran subrepticiamente a través de las trochas por las fronteras?
¿Por qué Estados Unidos ofrece visas de residente para inversionistas, empresarios y comerciantes de todas partes del mundo y sin embargo su presidente, Donald Trump, está empeñado en colocar un muro para que no ingresen los mexicanos, y rechaza a los nicaragüenses, dominicanos, salvadoreños – y en general latinoamericanos – que siguen llegando a ese país buscando el “Sueño Americano”?
¿Porqué sucede lo mismo en los países de Europa muchos de los cuales tienen en el turismo uno de los principales soportes de sus economías y sin embargo rechazan a los que cruzan el estrecho para llegar allí?
¿Por qué, en el caso nuestro, recibimos con entusiasmo a Ricardo Montaner, Jose Luis Rodríguez “El Puma”, a Oscar de León, a las estrellas de “La Billo’s” y a empresarios venezolanos, pero rechazamos a los que hoy han venido a “rebuscarse” a pesar de que todos han nacido en el vecino país?
Aunque sea doloroso reconocerlo, lo que en el fondo realmente rechazamos es su condición de pobres. Porque no tienen nada que ofrecernos que justifique darles nuestra ayuda. Y lo peor es que no lo hacemos solo con venezolanos o nicaragüenses sino con gentes de nuestra propia ciudad.
Justamente hace apenas unos meses la Real Academia Española reconoció el vocablo: “Aporofobia” (del griego á-poros: pobre o desvalido y Fobia: miedo o rabia) que fue acuñado por la experta española Adela Cortina, quien además ha escrito un libro muy interesante sobre el tema.
Conjuntamente con analizar y desarrollar el término la autora también nos conduce a mirar la posibilidad de combatir este sentimiento de odio, aversión y hasta repugnancia hacia personas que creemos no tienen nada que ofrecer y que genera exclusión y discriminación.
Ella nos habla de repasar el contenido de la Declaración de los Derechos Humanos, particularmente cuando se habla de dignidad. Así mismo, la aplicación del principio de la igualdad como fundamento de la democracia. Por supuesto, luchar desde los gobiernos por la justicia social y la erradicación de la pobreza y, por último, incentivar desde bien temprano en escuelas y universidades el estudio y la práctica de la compasión.
@vherreram