Un desahogo entre amigos se convierte en un inesperado relato. La historia de alguien que es ejemplo de superación.
Por Andrés Ibañez
Un mosaico de nubes grises trataba de ahogar el sol. La ciudad hervía con su fogaje. En la tarde, la temperatura poco a poco fue disminuyendo con la caída de un sereno. A las tres de la tarde recibo un mensaje en mi red social Facebook de Giselle Correa, una amiga de 25 años que conocí en uno de esos escasos “planes rumba” de los que participo.
Giselle: “Necesito hablar con alguien, pero no por aquí porque estoy en mi casa y si te empiezo a contar me pongo a llorar”.
Andrés: “Bueno, dime ¿Cuándo nos vemos?”
Giselle: “Hoy iré al Chinca a terminar un trabajo que tengo pendiente, no sé si puedes llegar”.
Andrés: “Dale, ¡eso va! Dime a qué hora te llego”.
Giselle: “Yo estaré tipo 6 de la tarde, pero yo te llamo para que salgas”.
Andrés: “Vale”
A las 5:30pm suena el teléfono fijo de mi casa, salgo de mi cuarto a contestar, era Giselle, su voz trataba de disimular un llanto atragantado que no quería soltar, quedo en verme con ella en una hora, cierro el teléfono y anhelo que el reloj acelere su marcha, para ir a matar la intranquilidad que se apoderó de mí. Me bañé, me cambié, eran las 6:10pm, ya había escampado, salgo de mi casa y me dirijo a coger una mototaxi al mismo tiempo que percibo el petricor causado por aquellas chispas de agua.
Al llegar al Colegio Inocencio Chinca, (sede de la EDA en horas de la noche, ubicado en la calle 53D #21a-115) comienzo a mirar desde la entrada hacia todos lados, empecé a reparar a alguien que estaba de espaldas, me interrumpe un grito: “¡Andrés!”, era ella, su sonrisa asemejaba el destello de un amanecer, su piel blanca como la luna llena, vestía una licra negra y zapatos tenis del mismo color, su cabello recogido hacia atrás en forma de “cola de caballo” también era negro con visos fucsia. Nos acercamos, y nos perdemos en un abrazo que se prolonga aproximadamente 3 minutos, no hubo nada qué decir pues el silencio lo dijo todo.
Decidimos entrar al salón donde dan las clases de Escultura, primer semestre, en el que ella está.
Al sentarnos, ella desenvuelve de una bolsa negra lo que sería la figura de una cabeza en arcilla, su propósito era terminarla esa noche, saco mi lapicero y le pregunto que si tiene una hoja de papel que me facilite, a lo que me responde que no, pero le dice a un compañero que le regale unas cuantas de su cuaderno, era una libreta ecológica elaborada con piedras, me las entrega seguido de un; ¿Qué harás?, te haré una entrevista, le digo en forma de broma y le empiezo a preguntar:
¿Cómo nace tu amor por el arte?
“A los 9 años, cuando vi una manilla de esas tejidas con lana, tenía amarillo, rojo y naranja, era algo como precolombino, me llamó tanto la atención eso que un tiempo después decido aprender a hacerlas mirando videos y esas cosas, ya a los 11 yo hacía mis propias manillas. Después aprendí a hacer cometas, gorras, peluches, era la que hacía las carteleras para el colegio, mejor dicho, yo siempre me sentí bien haciendo esas cosas, porque era una forma de desahogar mis miedos, sentimientos de culpa, y todas esas cosas que me atormentaban por causa de problemas familiares”.
¿Por qué decides estudiar escultura?
“Bueno, la verdad porque tenía mucho tiempo libre, yo me había puesto a trabajar en un local de mi hermano, es de repuestos de automotores, pero como no podía asumir el pago de mi sueldo me decido retirar y ponerme a estudiar de nuevo en la EDA, ya yo había hecho Audiovisuales aquí y pues decido complementarlo con esta carrera, ya que esto es aplicable en escenografía. Me gustan mucho los desnudos, el cuerpo es muy lindo”.
Una araña salta de la nada, tenía similitud física con una tarántula, sus compañeros que estaban ahí gritaron e intentaron matarla, pero Giselle lo impide y la echa hacia afuera, luego de ese susto nos sentamos para seguir conversando.
¿Qué no quisieras más en tu vida?
“A veces me he sentido sola, perdida, con ganas de desaparecer, para hablarte claro: me he sentido como materia fecal, y no quisiera volver a sentir eso”.
En ese momento sus ojos se nublaron, me recordaron el cielo en horas de la tarde, fue como ver un río que además de revuelto estaba a punto de desbordar su cauce. Un suspiro terminó con la conversación. Se hacían las 9:00pm y era el momento de ir evacuando el colegio, al salir nos damos un abrazo de despedida y posteriormente sale de Giselle un: “Gracias por venir”.
Me sentí reconfortado al notar que se iba tranquila, una vez más pude ratificar que hay un mar de perlas que se salvan cada día a través del arte, que esta no es tomada en serio, pero que es la madre que adopta a esos seres huérfanos de cariño y apoyo que viajan inertes, buscando cambiar su forma de vida y demostrando al que le rodea que todo lo que nace de la esencia del ser humano fortalece la existencia de quien lo practica. Emigrando así, ese pronóstico absurdo de fracaso que se tiene sobre aquél que se enamora de lo que hace sin interés por ganancias superfluas, teniendo la inagotable disposición de dar la vida por ello.
Todos tomamos el rumbo desconocido de la araña. Hasta la tristeza cogió el suyo, cada uno sabría qué temperatura hubo en su noche.