El 13 de marzo 2003 apareció por última vez en público Celia Cruz, cuando la comunidad latina le tributa un homenaje en el teatro Jackie Gleason de Miami, que ella rogó que no fuera como una despedida.
Por: Estela Monterrosa – @monterrosa1961
El público de pie la aplaudía. Todos lloraban porque sabían que Celia se estaba despidiendo de la vida. Y aquella canción era, más que una simple melodía, era un epitafio musical: “Oye mi son, mi viejo son/ tiene la clave de cualquier generación/ en el alma de mi gente, en el cuero del tambor/ en las manos del conguero, en los pies del bailador/ yo viviré, allí estaré/ mientras pase una comparsa con mi rumba cantaré/ seré siempre lo que fui, con mi azúcar para ti/ yo viviré, yo viviré”.
Fui a sus conciertos infinidad de veces, en Barranquilla estuve en uno donde salí con los pies hinchados de tanto bailar, y es que con Celia Cruz, yo pude entender la histeria que lo atrapa a uno cuando admiras a un gran artista, cuando la música te corre por la sangre y no sabes que es lo que sientes, cuando suena el golpe al tocar el cuero del tambor, cuando los instrumentos musicales entonan esa música llamada “salsa “y los pies no se quedan quietos porque la melodía te llama. Celia Cruz para mí era esa artista que yo admiraba hasta el paroxismo y aún hoy después de catorce años de su muerte la sigo admirando, y su música sigue siendo primordial para mí.
El día de su muerte yo estaba viviendo en la ciudad de Miami, murió el 16 de julio de 2003 en Nueva York, en la comunidad salsera de una vez la tristeza fue el signo, uno recorría los sitios donde los cubanos, puertorriqueños, venezolanos y la comunidad latina se reunía y solo se hablaba de Celia Cruz, en las estaciones del tren, en la calle 8, en Hialeah, Miami Lakes, El Doral y en muchos otros sitios pusieron la bandera cubana, y solo esperaban que como la última voluntad de la artista la trajeran a Miami y así fue.
Las estaciones del tren lucían congestionadas, la alcaldía de Miami había decretado gratuidad en el tren, para que los admiradores se movilizaran, la gente una de luto y otros con banderitas cubanas en sus manos, se trasladaban hacia el DownTown para rendirle tributo a la “Guarachera de Cuba “y también a ese grito dulce de “Azucarrrrr”.
Allí en la Torre de la Libertad, un edificio emblemático para los cubanos exiliados, el 19 de julio del 2003 sábado, fue puesta en cámara ardiente, donde decenas de miles de cubanos desfilaron frente a su féretro. Miami estaba vestida de luto, de color cubano, de salsa, de Celia, era un día totalmente inverosímil en una ciudad y un país donde estas demostraciones no son comunes. Cientos de cubanos no pudieron desfilar frente a su féretro y debieron conformarse con acompañar su procesión hasta la Iglesia del Gesu, donde se realizó una misa solemne oficiada por los sacerdotes más respetados del exilio cubano, Agustín Román, Emilio Vallina y Alberto Cutié. Con las notas de la canción Cuando salí de Cuba, himno del exilio cubano, concluyó la ceremonia y sus restos mortales regresaron a Nueva York.Sin duda fue una de las mas concurridas honras fúnebres que se han vivido en la ciudad de Miami y allí estaba yo, presenciando y sintiendo la partida de la gran cantante, por eso en esta fecha que se conmemoran catorce años de su muerte, ordeno en mi mente cada paso que di aquel día y puedo hacer este relato, Colombia estaba representada por Carlos Vives y muchos colombianos que como yo amamos a la Guarachera de siempre, la de Cuba.
Celia movía masas que bailaron durante más de cincuenta años con sus canciones desde «Tu voz», «El yerberito», «Burundanga» a las más recientes «La vida es un carnaval» o «La negra tiene tumbao», entre decenas más. Su música, su defensa de los derechos de los cubanos en exilio y su personalidad afable la llevaron a obtener tres doctorados Honoris Causa uno en la Universidad de Yale, en La Florida International University y la Universidad de Miami.
Y es que ella con esa personalidad avasallante, impetuosa, cándida, dramática y seductora. Un huracán devastador de corazones caribeños como el mío, que luego de experimentar su vendaval sonoro descubrimos la alegría. A pesar de la dicha que irradiaba, Celia Cruz era una superviviente, pues anteriormente tuvo una cita con una de las formas más agónicas de morir: el destierro.
Pero ella seguía siempre adelante, y sus compatriotas solo hace pocos años después de que fue levantado el veto que pesaba sobre ella en la isla, se enteraron de cientos de giras alrededor del mundo, que fue la primera hispana y negra en presentarse en el Carnegie Hall, de su intervención en Los Reyes del Mambo y otras tantas películas, de sus cinco Grammy, y del Récord Guinness que estableció en 1987 en el Carnaval de Santa Cruz de Tenerife, al convocar 250.000 personas, en el mayor concierto en una plaza abierta que se haya dado en la historia.
En New York se llevó a cabo su sepelio y en una nota que escribió el periodista cubano Manuel C Díaz sobre ese día, dice:” El día de su entierro la ciudad de Manhattan amaneció con el cielo encapotado. Desde Washington Heights hasta el Financial District los relámpagos presagiaban lluvia. Eso no impidió que miles de personas se alinearan a todo lo largo de la Quinta Avenida para darle un último adiós. Sus admiradores coreaban canciones y lanzaban pétalos de rosas al paso de su ataúd que, envuelto en una bandera cubana, era transportado en un vistoso carruaje funerario tirado por dos caballos blancos y precedido por una estatua de la Virgen de la Caridad.
El cortejo fúnebre llegó a la imponente Catedral de San Patricio, donde se celebró una misa de cuerpo presente que fue oficiada por el Arzobispo Auxiliar Josu Iriondo.
A la misma asistieron numerosas personalidades, entre ellas el alcalde de la ciudad, Michael Bloomberg, que entró tomado del brazo de Pedro Knight y Willie Colón. Cuando Patti LaBelle comenzó a cantar el Ave María llegó la lluvia. Los que no habían podido entrar a la iglesia permanecieron en sus puestos soportando el chubasco. Nadie se fue. Justo en el momento que Víctor Manuelle terminaba de cantar La vida es un carnaval la lluvia cesó de repente y el sol se alzó sobre los rascacielos. Fue como un guiño celestial. Cuando sacaban el ataúd todos pudieron verlo: los colores de la bandera cubana que lo cubría resplandecían con inusitada brillantez en la recuperada luminosidad de la tarde. La reina había muerto, sí. Pero desde aquel día siguió viviendo en el corazón de su verdadero pueblo. Para siempre. Long live the Queen! En el decimocuarto aniversario su partida.