Crónicas

Alberto Lleras-Noriega o la victoria del ser humano sobre la adversidad

Por Ricardo Bustamante

El 11 de enero de 1970 a las 12 :15 del mediodía, en las inmediaciones de Santa Marta, sucedió una tragedia producida por la violenta colisión de un tren y un bus. Como producto del impacto murieron treinta y una personas, de las cuales veinticuatro eran miembros de la familia Lleras-Noriega (apellido compuesto), incluyendo a todas las niñas y adolescentes del clan que iban de paseo al mar. La noticia la recibí, ese mismo día, recuerdo que estaba conmigo mi mamá, en la puerta de nuestra casa, ubicada en el barrio El Recreo de Barranquilla.

Unas señoras llegaron a informar que la familia Noriega, propietaria de una afamada tintorería, había sufrido un accidente, hacían énfasis en que los accidentados residían frente a la Iglesia La Sagrada Familia, parroquia ubicada a escasas cuatro cuadras de nuestro domicilio. Estaba yo por cumplir 12 años de edad, las caras de sorpresa y alarma de las informantes, pero sobre todo la dimensión del siniestro, se quedaron, por siempre, en mi memoria.

Así sucedió

La familia Lleras-Noriega organizó un paseo al mar de Santa Marta desde Barranquilla, con ocasión de la anunciada visita de amigos residentes en Bogotá. Para no ir disgregados se contrató el transporte en un bus de propiedad de un vecino. Los alegres pasajeros eran cincuenta. Para la época no existía puente sobre el Rio Magdalena, el paso fue sobre el planchón de un ferry, llegaron a Bonda, corregimiento de la capital del Magdalena que cuenta con hermoso mar y linda playa, pero allí los bañistas encontraron el agua fría, muchas piedras en la orilla y zancudos que molestaban la piel de los amigos bogotanos. Entonces decidieron recoger sus pertenencias y embarcarse de nuevo y se enrutaron hacia el Rodadero. A mitad de camino, al llegar a una carrilera, apareció el demonio de la nada, como suceden las tragedias de este mundo. El tren del “Expreso del Sol” despedazó lo que hasta las doce y quince del mediodía era un bus.
 
Resiliencia

Alberto Lleras-Noriega Hernández iba en el bus y, segundos antes de aparecer el tren, trató de cambiarse de puesto, pero un primo se le adelantó, por eso hoy puede echar el cuento. El impacto lo dejó en shock, se fracturó las piernas y despertó dentro de un camión del Ejército, cuando era llevado al hospital.

Alberto quedó bajo el cuidado de un tío, pero cuando llegaron las discrepancias por el manejo del negocio familiar, llegó el distanciamiento. Quedó solo. Sus padres se habían separado antes de la tragedia, el papá fue una de las treinta y un personas que fallecieron, y con su mamá biológica se veían pocas veces. Le tocó convivir desde antes de la infausta fecha con la madrastra, que lo trataba mal. Ella también pereció ese día.

El 11 de enero de 1970, día de la tragedia, cumplía 12 años, y temió quedar marcado de por vida pensando que la tristeza estaría presente siempre en su vida, pero no fue así, se rebeló contra el destino y entendió que una cosa era vivir con la aceptación de los sucesos que marcaban su vida y otra era la resignación, que es como pedirle explicaciones a la existencia y no sentirse satisfecho por aquello que le sucedía. Se hizo al propósito de volar como el águila, subir tan alto como le fuera posible y observar la vida dándose fuerzas para pasar por encima de las adversidades.

Salió adelante, primero quiso ser sacerdote, ingresó al Seminario Juan XXIII de Barranquilla, allí estudió filosofía dos años, luego se incorporó a una comunidad francesa que le ayudó para trasladarse a Bogotá, y posteriormente entró a la Javeriana a estudiar teología. Estando en ese nivel académico, los jesuitas necesitaron de un profesor de religión para los últimos años en el Colegio de San Bartolomé – La Merced, y allí hizo sus pininos como profesor. Pasó luego al colegio San José de Barranquilla y de ahí al Colegio Parrish por espacio de 15 años, finalizando su carrera docente en el Gimnasio Moderno de Bogotá. Después se dedicó a dictar conferencias y talleres en ética profesional y empresarial.

El hombre que derrotó al destino

Alberto escribió un bello y aleccionador texto “El hombre que derrotó al destino” (Collage Editores, 2019), que nos recuerda y enseña que la vida se forja también en la incertidumbre, en las equivocaciones y en los aciertos. Como bien lo dice Alberto Lleras – Noriega en su libro: “…cuando tienes que atravesar la oscuridad de manera intempestiva, sin tú haber sido responsable de ese encuentro con los vejámenes, la sevicia, la avaricia de adultos y la inocente vida de un niño, llegando a tu vida desastres o tragedias una sobre otra, sintiéndote impotente para exigir una explicación… entonces el sentido de la vida o una vida con sentido será el resultado de lo que tú seas capaz de aprehender, aunque estes perdiéndolo todo”.

Últimamente, mantengo lo que llamo una amistad telefónica con Alberto, personalmente no lo conozco, a él lo siento lleno de sabiduría, de riqueza espiritual y prudencia. El proverbio Taoista, en este caso de pura e inmensa resilencia, es de total aplicación y de una relevancia absoluta: “La vida nos manda regalos envueltos en problemas”.

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