Se ve un asomo de rascacielos, de empresarios globales con oficinas en Miami y Beijing; de megacolegios y otras tantas cosas de cemento. Pero de cultura y educación, solo se ven las migajas del Carnaval.
Escrito por Jorge Mario Sarmiento Figueroa – Editor general
¿Hay que salir de Barranquilla para darnos cuenta de lo mucho que nos perdemos si nos quedamos los 365 días del año parrandeando el eterno Carnaval en nuestra ciudad?
Nuestras fiestas son muy ricas, son Obra maestra del Patrimonio oral e inmaterial de la humanidad. Justamente por eso es que nos perdemos su valor: creemos que ser Obra maestra significa que solo exista ella. Al contrario, eso nos debería impulsar a conocer más de lo que se hace en el mundo, de manera tan magistral como lo que hacemos en nuestra ciudad.
Los barranquilleros no deberíamos tener que salir de la ciudad cada vez que quisiéramos ver una puesta en escena distinta al Carnaval o una obra artística de otras latitudes. Hoy las ciudades globales son consideradas, entre otras cosas, aquellas que tienen una agenda de cultura diversa, de interés por y para el mundo.
Por ejemplo
‘In the mind of Stravinsky’ es el más reciente trabajo de danza dirigido por Akram Khan, coreógrafo británico originario de Bangladesh que empezó en los escenarios a los 7 años de edad y hoy se sitúa entre los más importantes representantes europeos de la danza contemporánea.
Este hombre recibió el reto de crear un espectáculo que rindiera homenaje al centenario de «La consagración de la primavera», del gran compositor y director de orquesta ruso Igor Stravinsky. En su momento, la presentación de esta obra supuso un giro tan importante en el ballet clásico que muchos consideraron que a partir de ella se había reinventado el género.
La crítica de hoy, desde Japón a Occidente, han catalogado la interpretación que Akram Khan ha hecho este año de Stravinsky como un espectáculo digno de la centuria de uno de los músicos ubicados en los pedestales de la historia. Como es sabido, Stravinsky hizo de la música una búsqueda permanente, una ruptura, una manera de desdoblar los sentidos. «La música es incapaz de expresar nada por sí misma», escribiría el maestro justamente expresando el sentido de sus composiciones.
¿Cómo podríamos admirar esto en Barranquilla?
Nada que hacer. Para ver este tipo de espectáculos a los barranquilleros nos toca salir del país, buscar agenda de teatro en Europa y pagar entre 8 y 20 euros, que equivalen a mucho menos de la mitad de lo que cuesta en Barranquilla una entrada para los conciertos de los artistas reguetoneros del momento.
Por supuesto, al hacer un cálculo práctico y viable, lo que ocurre en el análisis de los empresarios de turno de acá es el siguiente: «¿para qué traer a un tipo que aunque haya nacido en Inglaterra tiene el nombre de alguna isla perdida de Asia? Eso cuesta mucha plata, nadie va y nos quebramos. En Barranquilla la gente lo que quiere es reguetón y Carnaval».
Ni qué decir si el análisis lo ponemos en los políticos de turno: «¿para qué traer a ese tipo que nadie conoce? Eso cuesta mucha plata, así no queda nada para nosotros; la gente no va, así que eso no da votos. Acá la gente lo que quiere es reguetón y Carnaval. Llamen al de siempre y repartan ron, que ya se vienen las elecciones».
Pero resulta que si no tenemos una visión global de la cultura no se podrán abrir nuestras miradas al arte del resto de la humanidad. Si no se empiezan a difundir los conocimientos y las tendencias, a traer a artistas y espectáculos, jamás se estimulará dicho interés.
Los secretarios de Cultura y los asesores del gobierno local solo se dedican, por tradición, a hablar en torno al Carnaval. Gracias a esto, la palabra «cultura» pasa a definirse como el arte de divertirse y emborracharse a ritmo de tambora.
Para que cada año Antonio Celia y Heriberto Fiorillo puedan traer a diversas voces y expresiones artísticas e intelectuales a Barranquilla, y encuentren el apoyo local, tuvieron que ponerle a su evento el remoquete de «Carnaval».
Creer que para preservar una manifestación artística haya que solo mirarla y usarla a ella, ha ocasionado que la música de tradición carnestoléndica no tenga hoy nuevas generaciones de creadores, y que las noticias de cada año sean qué grupo poderoso se ganó el reinado para sus hijas o sobrinas.
Mientras tanto, en el resto del mundo, el ballet ruso de hace cien años es reinterpretado en los teatros de varios países por un británico con orígenes asiáticos. Por si acaso, el espectáculo In the mind of Igor está conformado por ocho personas y una austera escenografía.