Como cualquier triste anciano, en el costado norte del Centro de Bogotá, la Biblioteca Nacional cumplió un año lidiando con el abuso de algunos y el olvido de otros, como un adorno antiguo.
Doce lámparas apagadas son testigos. Sobre el corredor central del edificio, el canto desganado de 68 personas se pierde en un eco de techos altos y espacios vacíos. La mayoría de los presentes trabajan allí mismo y, por orden de la administradora encargada, hicieron una pausa de sus labores para cantarle el feliz cumpleaños a este terco edificio que hoy cumple 75.
En medio de documentos patrimoniales de gran valor histórico, de revistas de más de dos siglos y colecciones originales de algunos de los autores colombianos más importantes, la Biblioteca Nacional sufre los rigores de los nuevos tiempos y sus nuevas audiencias. Los que se llevan los papeles protagónicos de la película actual de visitante son las revistas de chismes y farándula, periódicos de crónica roja o el crucigrama del día para ‘pasar el tiempo’.
Camilo Páez es el coordinador de colecciones de la Biblioteca Nacional, sabe muy bien qué hay allí adentro, qué sale, qué lee la gente y también qué hay que hacer para que a este lugar se le de un uso eficiente: “La Biblioteca tiene una de las hemerotecas más completas del país, ahí encontramos periódicos de 1785 hasta el del día de hoy. La prensa que tiene una mayor circulación, rotación y demanda es aquella de acercamiento más popular a la información por eso es que revistas como Tv y Novelas y el diario El Espació lideran las listas de demandas por parte de los usuarios”. No es un chiste, ni tenemos por qué sorprendernos, es la tendencia mundial. Nada motiva ni inquieta más a las masas que saber sobre las otras personas: sobre todo cuando se trata de gente del mundo del espectáculo y de historias sobre crímenes, el amor y la muerte unen y nivelan a todos irremediablemente.
Pero los visitantes no se conforman con tener estas publicaciones a la mano de forma gratuita, sino que además cada cierto día se les antoja llevarlas a casa completas o por partes. De ahí que aunque la Biblioteca posee un gran número de revistas culturales, ese tipo de publicaciones ‘light’ son también las que más trabajo generan, ya que, debido a su alta demanda, hay que hacerle una especial respuesta a su uso mandándolas a encuadernar y realizar un estricto control sobre ellas porque su consumo está directamente afectado por la mutilación. Un caso particular es el de la caricatura Aleida de Vladdo, la cual sufre de forma sistemática ataques por parte de coleccionistas.
“Eso nos da unas pautas de qué es lo que la gente lee y le interesa. Otra cosa que la gente busca mucho son los crucigramas, hay mucho usuario jubilado y desempleado que vienen a llenarlos, entonces nos toca estar haciendo constantemente controles y charlas en las mismas salas para que el material no sea afectado”, confiesa Páez.
Un promedio entre 150 y 250 personas visitan diariamente la Biblioteca, entre ellos investigadores extranjeros y nacionales, publico especializado y en menor número universitarios. Para Páez las pocas visitas se deben en cierta medida a un problema de difusión pero también son el resultado de las circunstancias especiales de la misma, ya que no se trata de una biblioteca pública con consultas de niños estudiantes.
“Se debe buscar un punto exacto entre la preservación y la difusión. No podemos exagerar en la primera porque sería cerrarla al público y tampoco en la difusión porque se pone en riesgo el material. Hay que buscar un punto medio, las nuevas tecnologías nos lo están permitiendo. Al poder sacar colecciones para la consulta de gente que está fuera de Bogotá, hemos solventado esa brecha con las regiones del país”.
Historia sobre papel
La lista de curiosidades de la Biblioteca Nacional está encabezada por un ejemplar de la Biblia del Oso, traducida del latín al español por Casiodoro Reina en el siglo XVI, un libro que sobrevivió a la Inquisición pero que además tiene un alto valor económico para los coleccionistas por lo que está resguardado y protegido.
Y un par de colecciones epistolares privadas con un alto valor histórico y político para el país, entre ellas correspondencia entre el ex presidente Eduardo Santos y Germán Arciniegas. O material del pensador caldense Danilo Cruz Vélez; del escritor, abogado y político sucreño Apolinar Díaz Callejas; y del poeta Eduardo Carranza.
El Fondo Antiguo de la Biblioteca Nacional cuenta con cerca de 70.000 volúmenes. Está conformado por varias bibliotecas entre ellas las obras del Colegio Máximo (expropiadas a los jesuitas durante su expulsión en 1767), la biblioteca del sabio José Celestino Mutis. Y de personalidades como Manuel del Socorro Rodríguez, Anselmo Pineda, Rufino José Cuervo y Miguel Antonio Caro, entre otros.
Esos son solo una muestra de las colecciones de los libros incunables, Colección Elzevir, Colección Aldina, Colección de Biblias, Impresos colombianos y Manuscritos que constituyen uno de los más preciados tesoros colombianos.
Todos esos documentos se han ido acumulando desde el 9 de febrero de 1777 año de la fundación de la Biblioteca, la primera de América en su género. El 12 de marzo de 1822, el vicepresidente Francisco de Paula Santander decretó “reorganizar la Biblioteca Pública en incorporar en ella la librería que fue de la Expedición Botánica y que estuvo a cargo del difunto doctor José Mutis”. Nace entonces el nombre de Biblioteca Nacional.
El 25 de marzo de 1834 se dicta la primera ley de Depósito Legal con el cual se obligaba a los impresores nacionales remitir un ejemplar de todo escrito que imprimieran al fondo de la Biblioteca, de esta manera se convierte en custodia del patrimonio bibliográfico nacional.
El 1 de febrero de 1931 Daniel Samper Ortega se posesionó en el cargo de director de las Biblioteca, que en aquel entonces funcionaba en el edificio de Las Aulas, hoy museo de Arte Colonial. Y fue durante esa administración que se construyó la sede actual con base el proyecto del joven arquitecto Alberto Wills Ferro quien estudió cuidadosamente la construcción y funcionamiento de referentes mundiales como la Biblioteca del Congreso en Washington. Lo más revolucionario de la propuesta fue la gran sala de estudio ubicada en la parte central del edificio completamente bañada de luz que funciona actualmente como hall central y es sede de exposiciones y eventos culturales. El mismo lugar de donde cuelgan las 12 lámparas blancas. El edificio completo con su profundo espíritu art decó fue inaugurado el 20 de julio de 1938.
Colecciones y consultas virtuales son una realidad
Hace cuatro años se inició el proceso de implementación de nuevas tecnologías en las colecciones de la Biblioteca Nacional, en esto jugó un papel muy importante una donación del gobierno de Corea del Sur. Este proceso según Páez no consiste simplemente en digitalizar el material, si no que se cumple todo un flujo desde su protección, restauración, digitalización y lo más importante su preservación para posteriormente ponerlo a disposición del público.
25 colecciones y casi 200 mapas ya están a disposición para su consulta virtual, incluyendo algunas que no serían posibles en el mundo real como la biblioteca de José Celestino Mutis, que a pesar de tener más de 200 años de antigüedad se ha podido reconstruir de forma virtual gracias a la colaboración de otras bibliotecas del mundo.
Con esos nuevos modelos tecnológicos, las colecciones virtuales y con la optimización de todas sus colecciones físicas la Biblioteca espera volver al centro de atención de la comunidad capitalina y colombiana, que la gente la deje de ver como es adorno antiguo de la calle 24 que cumple cada 20 de julio en medio de trabajadores que cantan con desgano un “feliz cumpleaños” y solo doce lámparas colgantes como testigos.
Recuadro
Lo que no debe dejar de ver
Según Camilo Páez, coordinador de Colecciones de la Biblioteca Nacional dice que están son los cinco textos que no debe dejar de ver en su visita:
-La edición de 1.539 del Amadís de Gaula, en castellano, pertenece al Fondo Cuervo.
-Algunos mapas de los que se están digitalizando porque es un material de coleccionistas privados que imposiblemente se puede tener acceso de otra forma.
-Del siglo XIX periódicos como El Neogranadino, La Escuela Normal, o El Día que nos cuentan la historia de nuestro periodismo.
-Del siglo XX el manuscrito original de La Vorágine, que está tanto en físico como digitalizado.
-Una revista como Universidad que nos da cuenta del universo cultural del país a principios del siglo pasado, que están rico y pero poco conocido.
*(Con información de la oficina de prensa de la Biblioteca Nacional de Colombia)
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