Si la justicia colombiana fuese justa, sería una justicia democrática. Sería la anti-dictadura, obstáculo real al uso y abuso de poderes omnímodos y perversos.
Por Jorge Guebely
Si la justicia colombiana fuese justa, sería una justicia democrática. Sería, como la pensaban los romanos, justicia para preservar los propios derechos y respetar los ajenos. Se comportaría como horizonte ético para construir seres humanos y democracias reales.
Sería la anti-dictadura, obstáculo real al uso y abuso de poderes omnímodos y perversos. Resistiría los intentos de los dictadores, declarados o camuflados, de convertirla en justicia dictatorial, pre-moderna, de construcción aristocrática. Justicia del más fuerte, benevolente con los amigos e implacable con los enemigos; que otorga fuero a los grandes delincuentes y castigos a los que roban un pan, según Neruda.
Sería justicia democrática, humana y humanizante. Castigaría cualquier despojo de los derechos humanos. Penaría a quienes roban el derecho de los niños a ser niños:
A Simón Bolívar quien, con su espíritu dictatorial, los utilizaba en su campaña libertadora. Pascasio Martínez apenas tenía doce años y, tal vez, no era el único.
A Hitler, quien los utilizó para salvar una Alemania derrotada.
Y a la cúpula militar de las antiguas Farc quien reclutó más de cinco mil niños, según la Fiscalía, para ponerlos en la guerra.
Y castigaría también a los líderes del Estado quienes, a través de los falsos positivos, cercenaron el derecho a la vida de muchos jóvenes colombianos. No a los soldados, sino a los altos mandos del Ejército nacional, los comprometidos con los diez mil asesinatos, según ‘The Guardian’. Al ministro de la Defensa de la época y al presidente de la República quien era el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas. Los penaría por crímenes atroces de lesa humanidad
Sería justicia democrática con vendas en los ojos para no ver diferencias sociales ni económicas, para sancionar a líderes del Estado y a los líderes de las antiguas farc. Ambos liderazgos cometieron crimines de guerra. Ambos actuaron con sevicia militar. Ambos engañaron a sus víctimas con promesas de mejores salarios. Ambos usufructuaron las miserias de una patria que es canalla con los débiles y simpática con los poderosos.
Justicia democrática con valores éticos. No permitiría que, ningún criminal de guerra, oficial o rebelde, ocupara ningún cargo estatal; ni en el congreso ni en el ejército, ni en las embajadas ni en los ministerios, ni Álvaro Uribe ni Rodrigo Londoño. Ellos, para cualquier mente descontaminada de ideología, constituyen un mal ejemplo. Quizás así, no se reclutarían tantos niños para las crónicas guerras colombianas y se acabaría la enfermiza costumbre de estar asesinando líderes sociales y defensores de derechos humanos.