Arte y Cultura

Pescadería

El austriaco y su bella mujer afirmaban que el muchacho se había ahogado, que ellos nada tenían que ver.

Cuento escrito por Jaime Cabrera González

Hubo un tiempo en el que abuelo nos llevaba todos los domingos a Pradomar en el automóvil, por entonces manejaba como si fuera de él, e íbamos a una caseta que era de un austriaco que tenía una mujer hermosa que se ponía un traje de baño tejido.

La caseta, levantada al borde de la playa, estaba decorada con salvavidas y timones; guacamayas y loros y muchas aves en jaulas; troncos marinos y gruesas cuerdas; y nunca faltaba la música que ponía un hombre encerrado en una cabina de cristal como un pez.

Cualquier día dejamos de ir al mar. Nosotros pensábamos que se trataba del auto. Abuelo siempre lo estaba reparando.

Mamá nos reunió para comentarnos a media voz de la noticia que había dado Marcos Pérez en la radio. La familia de un muchacho desaparecido había hecho una denuncia en contra de los propietarios de la ‘KZ pescadería’.

El austriaco y su bella mujer afirmaban que el muchacho se había ahogado, que ellos nada tenían que ver.

Sin embargo, los detectives no se conformaron con esas declaraciones y siguieron buscando y buscando hasta que encontraron el cuerpo y otros cuerpos en un cementerio clandestino.

De un día para otro, de la pareja no se supo más. La caseta fue clausurada por las autoridades y el mar terminó por tragársela.

Al tiempo abuelo consiguió otro auto, y siguió evitando hablar del tema.

Poco a poco nos fuimos olvidando de los paseos del domingo. Pero lo que yo nunca he querido borrar de mi cabeza son aquellos pelitos de oro puro que se asomaban por el tejido del traje de baño de la mujer austriaco.

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