
Por: Ignacio Acuña Rocha
Harta es una película cargada de drama y humanidad, pero no del drama comercial al que solemos estar expuestos cuando buscamos entretenimiento fácil. No hay aquí una ambición épica ni un objetivo heroico: lo que impulsa toda la historia es algo tan simple —y tan profundamente esencial— como conseguir 40 dólares para el almuerzo de una hija, para que no se burlen de ella en la escuela.
La protagonista, Janiyah, es una madre soltera interpretada con una humanidad devastadora por Taraji P. Henson. Su actuación no solo es conmovedora: es visceral, contenida y tan auténtica que parece arrancada de la vida misma. Filmada en apenas cuatro días, como destaca Clarín, la película logra una intensidad emocional admirable, en gran parte gracias a Henson, quien sostiene la narrativa con una entrega absoluta, sin estridencias ni exageraciones. Su interpretación es, sin duda, uno de los puntos más altos del filme: no actúa para lucirse, sino para encarnar con verdad.
Lo que empieza como una lucha cotidiana —conseguir esos 40 dólares— se convierte en una espiral de desesperación. Cada intento fallido, cada obstáculo, va tejiendo una red asfixiante donde la protagonista empieza a quebrarse. Es un drama psicológico íntimo que retrata cómo lo aparentemente mínimo puede volverse abrumador cuando no hay red de apoyo. Y ese es uno de los mensajes más duros que deja la película: lo frágil que puede ser la psique humana bajo la presión constante de la precariedad.
Desde el punto de vista visual, Harta apuesta por la sencillez. Los planos son sobrios, sin adornos innecesarios ni pretensiones estéticas vacías. Esta decisión estilística no solo es coherente con el tono de la historia, sino que aporta una honestidad que se agradece. Aquí no hay planos rebuscados que distraigan, sino una cámara al servicio de la historia, que entiende que en este caso menos es más.
Y en esa aparente «insignificancia» de los 40 dólares, la película encuentra su símbolo más poderoso. Para algunos, puede ser una suma menor; para otros, como Janiyah, puede significar la diferencia entre la dignidad y la humillación, entre resistir o rendirse. Es una crítica silenciosa pero contundente a un sistema que obliga a millones a vivir al límite, donde cualquier imprevisto puede desmoronar toda una vida.
El final, aunque contenido, deja una sensación de verdad ineludible. Lo que vimos podría ser —y es— la realidad de muchas personas que luchan cada día por sobrevivir sin que nadie lo note. Harta no ofrece respuestas ni redenciones fáciles. Nos deja con la incomodidad de haber sido testigos de una historia mínima, pero profundamente humana.
Con esta película, Tyler Perry entrega mucho más que un drama social: ofrece un espejo incómodo, un retrato honesto de las luchas invisibles que atraviesan los márgenes. Y lo hace con una economía narrativa que amplifica su impacto. En la simple búsqueda de 40 dólares, Harta encuentra su fuerza más brutal y su verdad más desgarradora.