
Por: Oscar Arias Díaz
Corría el año 2001. El inicio del siglo XXI en Colombia marcaba un nuevo comienzo que, en retrospectiva, nos abriría un recorrido de altas y bajas. En ese contexto, un corredor de Fórmula 1 nacido en Bogotá, Juan Pablo Montoya, irrumpía en las pistas con entrega, dedicación y esa garra que solemos enaltecer en Colombia. Montoya —uno de los tres pilotos colombianos en la historia del automovilismo colombiano en competir en la F1 junto a Roberto Guerrero y Ricardo Londoño— desafiaba los grandes premios y se enfrentaba a un líder absoluto en la historia del automovilismo, Michael Schumacher, quien tras un accidente de esquí en 2013 permanece bajo cuidados médicos con graves secuelas neurológicas.
Montoya, Schumacher, Räikkönen, y antes que ellos Senna,Fittipaldi o Prost —no Proust—, son nombres que escribieron capítulos imborrables en un deporte de velocidades extremas, grandes riesgos y una notable huella de carbono, que revela cómo las industrias que aún dependen de energías fósiles luchan por mantenerse vigentes e interesantes para nuevas generaciones. Este preámbulo puede parecer largo para algunos, memorable para otros, pero es el punto de partida para hablar de F1, la nueva película dirigida por Joseph Kosinski, el mismo que devolvió a la pantalla a Top Gun (1986) con su exitosa secuela Top Gun: Maverick (2022). Esta vez, su misión no es salvar el cielo, sino rescatar la taquilla terrestre en tiempos en que las salas necesitan algo más que secuelas, precuelas o superhéroes.
La cinta, producida por Apple Studios y Jerry Bruckheimer, se apoya en la fórmula clásica del “Star System”: Brad Pitt, sin despeinarse, protagoniza junto a Javier Bardem una historia sencilla pero vibrante, que entrega exactamente lo que el espectador busca: velocidad, ritmo y música. F1 se enmarca en ese linaje de películas de automovilismo como Ford v Ferrari (2019), Days of Thunder (1990) (también de Bruckheimer), e incluso el universo de Rápidos y Furiosos (2001-2019), no por el drama, sino por la adrenalina compartida con el espectador.
Hay secuencias memorables, glamour, ostentación, y tres secuencias de montaje que, si bien no elevan la historia, tampoco la comprometen. La película se siente algo extensa en metraje, pero nos recuerda que la Fórmula 1 es tanto de largo como de ancho: un deporte que se vive en cada recta, cada curva, cada detalle técnico y humano. Abróchese el cinturón y déjese llevar por la sonrisa galante de Brad Pitt, altas dosis de velocidad y una banda sonora que insiste, insiste y vuelve a insistir. F1 es una película construida para disfrutar con crispetas y refrescos. Sin pretensiones, sin moralinas. No es una obra maestra, ni quiere serlo. Es entretenimiento puro y bien logrado. Y sí, hay Brad Pitt para rato.
Lo bueno: emocionante y entretenida. Apple, el gigante tecnológico, quiere asegurarse una tajada sustancial del negocio cinematográfico, y lo está logrando. La química entre Bardem y Pitt deja ganas de verlos de nuevo juntos, y uno no puede evitar recordar la frase de Casablanca (1942): “Presiento que este es el inicio de una bonita amistad”. ¿Por qué no soñar con una nueva entrega de Ocean’s Eleven (2001) con Bardem como fichaje estelar?
Lo malo: el uso excesivo de música, en especial en escenas donde se siente más como un accesorio que como parte integral de la narración. En algunos momentos, ese exceso desconecta al espectador del rendimiento actoral y diluye la intensidad dramática.