La campaña preelectoral que se desarrolla, es pobre de contenido y de ideas. Cuando estamos a escasos días de cerrarse la inscripción de candidatos al Congreso de la República.
Escrito por Carlos Herrera Delgans– Especial para Lachachara.co
Según funcionarios de la Registraduría, hasta ahora son pocos los aspirantes que se han matriculado. Y la fecha de inscripción vence este 9 de diciembre. Además, todavía no hemos escuchado la primera intervención de contenido que seduzca y convenza a los electores de su aspiración.
Los asistentes que acuden a las concentraciones políticas, lo hacen más por el compromiso de devolverle el favor al líder que los llevó, que por convicción. Peor aún, las intervenciones, más que oratorias, es de poca monta: ni convence ni entristece. El elector que llegó expectante a escuchar propuestas a futuro, salió como entró: frío y desesperanzado. Ninguno de los aspirantes lo tramó.
La repetidera de siempre: “cuando llegue me comprometo con ustedes”. Pura paja.
La primera pregunta que nos invade es, ¿todavía se encuentran oradores en esta nueva forma de hacer la política? Tenemos que decir que no. La política ha perdido uno de sus más fuertes inspiradores, la oratoria. La oratoria es el arte de invitar y seducir a las multitudes.
De acuerdo al stand de oradores la gente acudía a darse un banquete del mejor discurso. No en recinto cerrado, sino en plena plaza pública. Hoy para reunir a mil personas se contrata a las mejores orquestas musicales del momento para cautivar e invitar a los asistentes. Muchos llegan por el alboroto musical y otros porque fueron transportados de sus sitios de residencia a acompañar, no apoyar, al líder que en las buenas y en las malas cuentan con su gestión.
El hecho de llenar un recinto no asegura el mayor número de votos al candidato, por la sencilla razón que muchos llegan para hacer bulto, otros para hacerle el favor al amigo y otros para que lo vean que hizo presencia, pero en el fondo son electores que no han sido seducidos y convencidos a votar.
El votar se convirtió en un gran negocio, lo que Norberto Bobbio llamó, el voto de opinión, por el voto de intercambio. Las campañas electorales se convirtieron en un mercado Persa, donde la gente busca quién pague más por el sufragio, sin importarle el político que se lo compre, lo importante para él, es que se lo compren.
En esas circunstancia degradantes, se desarrollan las campañas políticas en Colombia y el departamento del Atlántico, que lo tomamos como punto de referencia, porque es aquí donde nos hemos formados como dirigente político, donde hemos visto lo más degradante de la política y donde aspirar a un cargo de elección popular cuesta muchísimo dinero. “Si no tiene plata, mejor no se meta en la política”. Es el estribillo que se escucha a los líderes barriales, que se acostumbraron a mover a sus electores con mucho dinero.
En esas condiciones, donde el imperio del dinero prevalece, meterse a hacer política tiene un costo. Y un costo muy alto, donde cualquier campaña electoral la danza de los millones es la que pone a bailar. No es más. Son las condiciones del mercado, donde el regulador poco es lo que hace para controlar a los compradores y vendedores de votos. Es un negocio sin control.
Las campañas políticas están más centradas en la compra de votos que en convencer al elector a que vote por propuestas. Para eso han desplegado toda una estrategia de mercadeo para atrapar al sufragante. El primer contacto en el barrio es el líder o mochilero que recluta el personal. La primera condición del personaje es la tarifa. El valor del voto se transa como esté en el mercado. Esa es la primera condición. La segunda, un porcentaje para inscribir al elector en el puesto de votación que exija el candidato, y el restante dinero antes de que vote el sufragante.
Para las elecciones al Congreso de la República el voto es “amarrado”. “Nadie vota por la linda cara del candidato. Si tiene dinero hacemos negocio, sino váyase por donde vino. Porque una vez salga elegido nunca lo volvemos a ver”. Es la primera verdad que le tiran en cara al político.
Son dos cosas que comprometen al elector a votar: un puesto o la compra del voto. Del resto no les creen a los políticos. Y no les creen porque la política dejó de ser un arte de convencer y seducir, para convertirse en un gran negocio, donde se mueven miles de millones de pesos, donde los apostadores, contratistas del Estado, narcotraficantes etc, aprovechan para invertir en el negocio. Alguien decía: “Es más productivo invertir dinero en la política, que estar desgastándose buscando votos”. En las actuales circunstancias, es la verdad verdadera.
La época de oro de la oratoria se marchitó. Las grandes concentraciones en las plazas públicas es historia patria. Los grandes discursos de gargantas vibrantes quedaron en los anales de la historia. La política no es para políticos sino para los antipolíticos. Se quedaron con su majestad la política, los que no proponen, los que no hablan, los falsos profetas que se dan golpes de pecho de humildad y generosidad, los Judas que entregan al necesitado al desalmado.
En fin, en esta campaña preelectoral que vemos ni fu ni fa. El que se comprometa a dar el voto es por una transacción de un puesto o dinero, porque dar el voto de chévere es cosa del pasado. Como dirían los entendidos, es la nueva forma de hacer la política.
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