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‘Kike’, el médico del pueblo en las sabanas de Sucre y Córdoba

Su experiencia de estudiante de pueblo refleja la deprimente discriminación para que sólo los de plata pueden acceder fácil a una especialización.

Por Rafael Sarmiento Coley

Stefanny, Guillermo Enrique De la Ossa Turcios, Pedro y Carolina Orozco, una pareja consagrada a las ciencias de la salud. Y en la primera línea de combate de la pandemia del Coronavirus en las sabanas de Córdoba y Sucre.

Guillermo Enrique ‘Kike’ De la Ossa Turcios desde niño supo que sería médico, y sus primeros pacientes eran los perritos y cerditos que él tenía amansados para ‘examinarlos’ y aplicarles inyecciones’ de “mentira”, tal como él lo veía hacer al médico Astolfo Buelvas, quien vivía frente a la tienda de Guillermo De la Ossa Méndez y Lila del Carmen Turcios Seva.

Guillo y Lila sostenían la prole con una tienda bien surtida (tienda que nunca ha tenido nombre, ni lo tendrá, por agüero de Guillermo. Todavía la tienen, a pesar de que ya todos sus hijos son brillantes profesionales), en una calle principal del barrio popular Ospina Pérez, de Corozal (Sucre). y se ayudaban con la leche, el queso y la venta de uno que otro novillito de un lote de vaquitas que tenían en pastos alquilados. Porque no eran dueños de fincas.

“Le digo que yo me acostaba a las 12 de la noche pensando en cómo haríamos para darles los estudios superiores a los pelaos. Kike desde un comienzo escogió su carrera, medicina. Arturito, ya la tenía cantada, abogacía. Alberto, comercio Exterior. Yaneth tenía tantas cosas en la cabeza, que nos tenía asustado, porque un día dijo que quería estudiar en la Nasa para astronauta. Yo le dije, casi llorando; ‘¡ay mijita!, ¿cómo vas a hacer esa locura. ¿Y si en un viaje de esos te quedas en el espacio y no volvemos a verte más? Sería un dolor terrible para el resto de nuestras vidas”, recuerda Guillermo De la Ossa, emérito educador de diversos colegios de Corozal y poblaciones circunvecinas.

Menos mal que Yaneth, desde muy niña, fue una persona juiciosa y muy respetuosa de las sugerencias de sus padres, y, en vez de seguir soñando con ir en una nave espacial a la luna desde Cabo Kennedy, cayó en la facultad de administración de empresas (con una especialización en Regencia de Farmacia, a lo cual se dedica en forma exitosa), de la Universidad Autónoma de Barranquilla, en el mismo claustro donde sus otros dos hermanos, Alberto y Niria, se graduaron de Contadores Públicos Juramentados; Arturo, en cambio, se enamoró de la abogacía y terminó en la Universidad Libre de Barranquilla, y allí mismo Guillermo Enrique ‘Kike’  hizo su pregrado en la facultad de medicina; mientras que Lila Rosa, la hermana menor, se matriculó en la Simón Bolívar de la capital atlanticense para culminar sus estudios en la facultad de Trabajo social.

Ella, Lila Rosa, que era la única que no decía nada por ser la menor, terminó por escoger una carrera muy a fin a su temperamento tranquilo y amoroso.

El camino largo de ‘Kike’

Después de concluir los interminables 12 semestres en la facultad de medicina de la Unilibre de Barranquilla, a Kike le quedaba un largo y tortuoso camino por recorrer. Porque hoy un médico, si no tiene un diploma de especialización así sea en curar uñeros, es un ‘doctor’ más, poco apetecido por la academia, por las clínicas, hospitales y esos nidos de corrupción llamados IPS y EPS porque exigen especializaciones, maestrías y hasta PHD.

Su temperamento de acero lo indujo a no arredrarse. Con firmeza aceptó empezar por hacer el año rural en los corregimientos polvorientos de Corozal: Pileta, Las Llanadas, Don Alonso, El Mamón. Y a veces lo buscaban para ir a atender a una parturienta en una finca en las estribaciones de los Montes de María. Y hasta allá iba Kike a lomo de mula, de día o de noche, bajo el sol o bajo la lluvia, lo que le produjo un leve cambio en el color de piel. Él nació moreno claro, pero de tanto andar a pleno sol y agua, su piel se puso oscura y tesa como barriga de caimán.

Los ratos amargos

En primera línea, los jefes de ‘la tribu’: Guillermo De la Ossa Méndez y Lila Turcios Seva. Y la segunda fila, Kike, Carolina Orozco de De la Ossa, Arturo, Alberto, ,Yaneth y Niria De la Ossa Turcios.

Concluida su agitada experiencia del año rural, encontró una vacante en el Hospital de Turbo, Antioquia. Y de allí pasó a Apartadó. Como su esposa Carolina Orozco, quien es bacterióloga con un posgrado en gerencia en salud, pensaron en iniciar su propio emprendimiento empresarial, como laboratorio para diversos exámenes.

No fue una buena decisión en esos pueblos en donde todavía la gente cree más en los culebreros que en la plaza pública tiran su ruana y riegan su mercancía: “para su niño flaco y barrigón, aquí le tengo la solución: Pipelón. Si su niña ya tiene los 16 y es como una varita de caña lisa por delante y por detrás, aquí tiene la solución Kola Granulada JGB y el insuperable Aceite de Bacalao”.

Así no había forma de competir. El laboratorio quebró. Y Kike, desesperado, con la ayuda de sus padres y de sus suegros, salió de las montañas antioqueñas con la decisión de hacer su especialización para poder vivir de la medicina. Porque así son las cosas en Colombia. Se encontró con que en las facultades de medicinas en Colombia una especialización es más cara que en la Harvard o en las más prestigiosas universidades del Reino Unido de Gran Bretaña. Lo que se traduce a la despreciable realidad de que en este país -que tanto necesita de la ciencia, la tecnología y capacitación médica—, todo eso es un privilegio de los hijos de la gente adinerada.

Cuando vio que ya no podía seguir metiendo en vano la cabeza en una u otra universidad colombiana, unos buenos compañeros de estudios de la Libre barranquillera se enteraron de su situación, lo inscribieron en la Universidad Central de Caracas, y un domingo a la media noche uno de ellos lo llamó al celular: “Kike, te matriculamos en la U para la especialización que tu quieres, Internista, y quedaste. Tienes que estar el jueves a las 8 de la mañana en la rectoría para un breve examen de rigor, pago de matrícula, y ya eres estudiante de la especialización de Médico Internista de la histórica Universidad Central de Caracas”.

Kike no pudo dormir el resto de esa noche dominical. A esas horas, con enorme algarabía despertó a papá, mamá, hermanos, esposa y Estefanía, su primera hija (el segundo es Pedro). Guillermo De la Ossa Méndez brincaba en un solo pie y despertó a Rosa, una señora que vio nacer a toda la prole De la Ossa Turcios, como la ama de la cocina. “¡Rosa, ponte el tinto que son las cinco! Y aquí no ha dormido nadie en toda la noche”.

Como el regreso del campeón

Contra viento y marea Guillermo Enrique, con una rapidez increíble, pudo superar el engorroso papeleo de legalización de papeles universitarios, pasaporte, visa y el papel del desaparecido DAS, que en esa época era indispensable para poder salir del país.

Viajó solo, con la nostalgia de dejar tristes a su esposa Carolina y a sus hijos Estefany y Pedro, porque en cuatro días era su cumpleaños (nació en Corozal, Sucre, el 23 de enero de 1980). Con ese trago amargo en la garganta viajó en un destartalado bus de madera hasta Barranquilla. Allí abordó un vehículo con aire acondicionado, buena silletería y pantallas de televisión para ver los más recientes videos de Diomedes Díaz.

Pocos meses después de estar ya encarretado y muy entusiasmado en su especialización en Caracas, Dios le deparó la alegría más grande de los últimos tiempos: se le presentaron Carolina y Pedro al aparta-estudio donde vivía. Fue “uno de los momentos más felices de mi vida, porque ya no me hallaba sin ellos. Me hacían mucha falta”.

Desde entonces Kike y Carolina se han mantenido unidos en todo momento para darse mutuo estímulo.

Cuando terminó su especialización, regresaron a su Corozal querido. Llegó con el entusiasmo y la felicidad del boxeador que retorna exhibiendo en lo alto el trofeo y el fajón dorado de Campeón Mundial Peso Pesado.

El nuevo reto

Como la vida del ser humano se va dando por etapas, ahora el Médico Internista Guillermo Enrique ‘Kike’ De la Ossa ´Turcios era un ‘Doctor’ recibido con venias en clínicas y hospitales.

En muy poco tiempo su fama de médico eficiente, certero y, en especial, “un ser humano bendecido por Dios”, se extendió por toda la Sabana de Sucre y Córdoba.

Muy pronto escaló a la dirección científica de una de las mejores clínicas de Montería, y asesoraba en horas extras a otra institución. Atendía a pacientes particulares en sus residencias y hasta en lejanos pueblos, primero en moto, luego en una camioneta con todos los equipos dignos de un buen médico.

Carolina desde un comienzo, en esta nueva etapa de sus vidas, fue su co-equipera. Su certera y confiable brazo derecho que lo ayudaba en la atención a los pacientes fuera de clínica. Cuando era un tema muy complicado, el doctor Kike y Carolina echaban mano a sendos portátiles para video conferencias médicas. Todo marchaba en un ambiente dichoso y feliz. Hasta cuando apareció el diabólico Coronavirus, esa indescifrable pandemia que tiene de rodillas a la humanidad entera.

Fue “uno de los retos más duros que hemos tenido que enfrentar todos, pero en especial, quienes estamos en la primera línea de esta guerra viral, todo el personal de salud. El temor de contagio se hizo evidente e insufrible cuando decenas de enfermeras, laboratorista, médicos, bacteriólogos y demás, empezaron a contraer el Covid-19, y, lo más doloroso, a morir entre nuestras manos. Fue duro en los primeros meses. Todos llorábamos ante el fallecimiento de un compañero o de un paciente después de aplicarnos en cuerpo y alma para tratar de salvarles la vida”.

En la medida en que la epidemia se extendía en el entorno, Kike y Carolina decidieron tomar las más estrictas medidas de precaución. En especial por los niños, Estefanía y Pedrito.

“Caro tuvo que quedarse quieta en casa por bioseguridad. Yo también restringí la visita a pacientes, y solo me movía en casos estrictamente necesarios”, recuerda Guillermo Enrique, quien en medio de los picos más altos de la pandemia sacó a relucir su condición humana, su vocación de servicio y su espiritualidad. Trabajó durante varios meses hasta 14 horas por día, pendiente de los enfermos que, angustiados, pedían su presencia, porque era el médico en quien más confiaban.

Eso le permitió ganarse el apodo de ‘el médico del pueblo’, con el que lo llaman muchos de los pacientes que lograron ganarle la dura batalla al Covid-19, en parte, gracias a la entereza, conocimientos y dedicación de este consagrado profesional de la medicina que este sábado llega apenas a sus 31 años de haber dado su primer grito a la vida en el hogar de Guillo y Lila, quienes levantaron toda una prole de brillantes profesionales a punta de vender arroz, manteca, café y panela, nada de licor, “por respeto a nuestros hijos”, dice Guillermo De la Ossa Méndez, el jefe de la tribu.

Sobre el autor

Director general de Lachachara.co y del programa radial La Cháchara. Con dos libros publicados, uno en producción, cuatro décadas de periodismo escrito, radial y televisivo, varios reconocimientos y distinciones a nivel nacional, regresa Rafael Sarmiento Coley para contarnos cómo observa nuestra actualidad. Email: rafaelsarmientocoley@gmail.com Móvil: 3156360238 Twitter: @BuhoColey
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