El rector de la Universidad del Norte dio el discurso inaugural del Carnaval de las Artes, y participó como espontáneo en el show de Barto.
«La madurez del hombre es haber vuelto a encontrar la seriedad con que jugaba cuando era niño». — Friedrich Nietzsche
Por Jorge Mario Sarmiento Figueroa
La palabra ‘payaso’ es tan usada para menospreciarlo todo, que a ella misma se le ha ido borrando la sonrisa. En el payaso original reside la importancia vital de la risa, la genialidad del artista que en una suerte de embrujo alegra las almas de la multitud.
Pero hoy las personas están tan ocupadas en cosas tan serias que todo lo que se salga de esa seriedad pasa a formar parte de ‘payasadas’. Olvidaron que esa misma seriedad la usaron infinitas veces para jugar y reír cuando eran niños.
Esa tragedia no es culpa de los payasos, como tampoco es culpa de nadie que un lector desprevenido crea que a Jesús Ferro Bayona, rector de la Universidad del Norte, se le insulta con el título de esta cháchara.
Sucedió que este jueves 25 de enero, el rector, con suave aura de solemnidad caribeña, mangas cortas y colores claros, subió puntual al escenario del Carnaval Internacional de las Artes, en el Parque Cultural del Caribe, a dar el discurso inaugural. Eran las seis de la tarde. Las palabras, pocas, tuvieron la potencia de comprimir el universo Caribe. Aquí podemos leer ese discurso, al final de esta cháchara, como un regalo qué Jesús Ferro nos hace para ustedes.
Apenas descendió del escenario, se sentó en primera fila para disfrutar los espectáculos masivos, teniendo ese primer día como figura principal al comediante belga Bart Van Dyck.
Conocido en el mundo de los payasos como ‘Barto’, el show del belga impactó de inmediato al público porque su cuerpo de pitillo se contorsiona como si sus músculos y huesos fueran de caucho. Pero no es la prodigiosa deformación corporal la que convierte a Barto en una estrella de la comedia. Lo genial es su actitud de mimo, el encanto de sus miradas y muecas, y sobre todo los juegos en los que va creando interacción con el público hasta el punto de tener en un momento a más de cinco personas elegidas al azar para que lo acompañen y actúen con él en el escenario.
Una de esas personas, la primera en ser elegida, fue Jesús Ferro. El mismo hombre que unos minutos antes dio el discurso inaugural y que por tanto había decidido asumir el único rol que por esencia es solemne en el Carnaval de las Artes, se subió de nuevo a tarima como si él mismo fuera del show de Barto. Ya no era el orador, ni el rector, ni el hombre de solemnidades. Ahora era un artista que no se sonrojó para cumplir las locas órdenes del payaso, ni siquiera cuando tuvo que parecerse a un gallo negro con un globo que Barto le puso en la cabeza. Hizo muecas, se burló de sí mismo y mantuvo su fidelidad a la escena con tal ímpetu que las palabras del filósofo lo coronaron: «La madurez del hombre es haber vuelto a encontrar la seriedad con que jugaba cuando era niño».
Elegir a Jesús Ferro Bayona como el personaje responsable del discurso inaugural fue en sí un homenaje que se le hizo en vida y coleando a una de las mentes brillantes del Caribe colombiano, cuya trayectoria atraviesa buena parte de lo que la región ha hecho en el campo de la educación en los últimos cuarenta años.
Es comprensible que de pronto a alguien no le cause gracia que a un rector de semejante talla se le diga ‘payaso’ aquí, por la tarde en que decidió de manera espontánea convertirse en uno en el Carnaval de las Artes. En ese caso se recomienda la lectura de uno de los cuentos magistrales del escritor costeño Álvaro Cepeda Samudio, cuyo título lo dice todo: ‘Hoy decidí vestirme de payaso‘.
«¿Viste a Ferro con Barto? Que conste que nada de eso estaba planeado. Ni con el rector ni con el payaso. Eso pasó porque estamos en el Carnaval de las Artes», me dijo con juguetona voz de advertencia Heriberto Fiorillo, fundador y director del evento, cuando salíamos del Parque Cultural del Caribe esa noche del jueves con una sonrisa dibujada en el rostro.
Palabras inaugurales de Jesús Ferro Bayona:
El Caribe, esa gran patria cultural
Primeras palabras del Rector de la Universidad del Norte, Jesús Ferro Bayona, en el Carnaval las Artes. 25 de enero de 2018.
Eduardo Lemaitre, el célebre historiador cartagenero, decía que los barranquilleros no debían buscar su historia más allá del río: fue el Magdalena, con su ímpetu conquistador, el que un día nos descubrió.
Pero también lo hizo el mar. Las aguas turbulentas del Atlántico, se apaciguaban cuando los barcos llegaban al Caribe. Entonces los pasajeros inmigrantes a bordo vislumbraban el muelle largo de Puerto Colombia en donde podían anclar sus sueños.
Bastó que los primeros viajeros bajaran sus maletas, para que empezara la ebullición urbana. Imaginemos los gritos que avivaban la confusión de aquí para allá. Supongamos los pensamientos desordenados que intentaban ponerle orden a aquella libertad.
Entonces se oiría la voz del inventor que tenía una idea, acaso concebida en la larga y tediosa travesía. Tal vez habló el empresario, que dejaba su fortuna en la guerra remota de Europa, pero se había quedado con las ilusiones. Es muy probable que gritara el arquitecto que había vivido los enfrentamientos bélicos del siglo XIX, pero no quería repetir la historia en las polvorientas calles que abrían paso al desarrollo inimaginable. Y al fondo, con algo de timidez, también levantaría la mano el intelectual que pedía comprar más libros, como el ejemplar que cargaba debajo del brazo.
Lo que sí es seguro, a juzgar por los recientes descubrimientos, es que entre tantas demandas de reconocimiento pluriétnico, habría estado la voz de un campesino, medio indígena, medio negro y medio español, que también participaba en la creación de una nueva ciudad.
Barranquilla fue, como dijo Alfonso Fuenmayor, “una empresa sin nombres propios”, inspirada más en una “voluntad bestial” que “arrastró a la obra… a los anónimos gestores… en momentos en que el cielo probaba la tranquilidad de una campiña”. Aquí, en efecto, no hubo la codicia del oro que sí fustigó otros rincones de la región, “ni la ambición insaciable de un encomendero que hablaba a nombre de la majestad ausente” en las ciudades vecinas. Tampoco hubo “caballos marciales que relincharan su gloria” en las calles empedradas. “No hubo el hierro humillante” que humeaba sobre otras pieles”[1].
Mientras Barranquilla surgía como sociedad, Cartagena y Santa Marta, nuestras dos ciudades hermanas, llevaban tres siglos de historia.
Uno no podría hablar, entonces, de un modo de ser costeño, sino de varios modos de serlo. Si es cierto que la “cultura está internamente caracterizada por la diversidad de los individuos y de los grupos”, como lo sugiere Wallace, entonces lo que tenemos en todo el Caribe y particularmente el nuestro, el Caribe colombiano, son formas tan variadas como dispares de ser costeño.
Desde esa perspectiva sería necio insistir en que aquí todos somos idénticos. Ni tampoco es aceptable que se quieran poner límites conceptuales para definir lo que es el ser costeño. Nuestra identidad es más compleja.
Aquí todo ocurrió, si me permiten la expresión, por esa suerte de antropología viajera que fue ocupando los espacios de luz y vegetación tropical de nuestra tierra.
En épocas de la conquista española, bajaron de barcos de madera arriados por el viento, muchos hombres de cuello largo y andar elegante, quienes se adentraron en la selva a lomo de mula. Quienes los vieron por primera vez, debieron pensar que eran enviados de los dioses.
Más adelante cambiaron las palabras indígenas y dejaron su lengua. Cuando todo se iba consumando, quitaron las divinidades aborígenes y, con la ternura de la oración o la fuerza del inquisidor, hicieron ver que solo había un solo Dios.
Fue este el territorio escogido para proseguir con sus guerras milenarias. Fue de esa manera como las piedras de coral del Mar Caribe, sirvieron de testigo a batallas de lenguas, religiones y culturas.
Lo increíble de esta historia, que es nuestra historia, es que nunca ha parado de narrarse: fue narrada por las migraciones que abandonaban los museos europeos; también por la tradición oral y los cantos de toda la Costa, e incluso, más recientemente, por los desplazamientos de los pueblos que la violencia ha ido sacando del campo a nuestras ciudades. Todos tenemos algo diferente qué contar.
Pero lo cierto es que somos iguales por la vida que se cuece en las riberas de los ríos. A todos nos gusta que los árboles hablen entre ellos al compás del viento. Amamos que un rayo de sol nos queme la piel, mientras en diciembre llegan las brisas. No podemos resistirnos a un tambor cuando nos convoca desde los lugares más remotos.
Los entrecruzamientos raciales, lingüísticos y culturales nos hicieron exuberantes, gestuales, dicharacheros, sensuales. Nuestras mujeres caminan con la gracia de nuestros ritmos musicales. Nuestros hombres hablan como si discutieran por la pasión que le ponen al argumento.
Pero hay que repetirlo, cada subregión tiene las características de sus trayectos y de sus historias, en razón de la diversidad de la Costa Caribe.
Cuando revisamos lo que tenemos, encontramos una interacción de identidades que se pasean por la amplitud geográfica de las subregiones de la Costa en forma de música, costumbres, recetas de cocina, remedios, modismos, sonoridades. Por eso hasta en nuestras propias unidades territoriales hay diferencias. O ¿acaso son iguales los guajiros del centro, norte o sur del departamento? ¿La llamada sabana no es un reino de distinciones a pesar de la planicie del paisaje? ¿Es igual un barranquillero a un habitante de Repelón? ¿El cartagenero es el mismo sujeto cultural que el de Santa Rosa del Sur?
Las leyendas y heráldicas configuraron el surgimiento y desarrollo de las ciudades coloniales. Y en su arquitectura apreciamos el modelo español. Otras, como la nuestra, fueron proceras e inmortales, como dijera Álvaro Cepeda Samudio, así de simple, sin intrigas ni blasones.
Por eso, somos iguales, pero también diferentes. Nuestra característica esencial es que somos universo para las diferencias.
Si hay un lugar que sea testigo de este arcoíris de procedencias, es justamente Barranquilla. No voy a citar los elementos propios de esta génesis, pues es bien sabido que nuestra realidad fue creada con los diversos modos de sentir una nueva patria y de entendernos como punto de encuentro de la región.
Las huellas de ese pasado están en las fachadas de edificios y casonas del Centro Histórico y del Viejo Prado, en los acentos del habla, en las variantes de la cocina regional.
Sin embargo, según lo está descubriendo la arqueología, cuando aparecieron esos mundos, ya nosotros teníamos una historia prehispánica. Mientras seguían llegando más viajeros, la historia se volvía a escribir con los tonos que la fusión étnica exigía o permitía conservar.
En Barranquilla, pues, desplegamos la vocación portuaria cuando la nación, toda, miraba hacia los Andes. Construimos un gran emporio comercial, cuando la economía se animaba con la industria. Fuimos fiesta cuando el país no terminaba de reponerse de las guerras de los Mil Días.
El carnaval, de hecho, fue una invención de esta tierra en la que confluían diversas tradiciones culturales del río Magdalena y de Tierradentro de la Costa. Con una batalla de flores, qué metáfora tan diciente, decidimos celebrar el fin de las guerras.
No podía ser para menos, el auténtico ciudadano que ha resultado de las mezclas étnicas prefiere disparar palabras, repartir alegría, celebrar con baile.
Cuando uno va a la Vía 40 o se acomoda en un bordillo de la 44, lo que contempla es eso: los congos africanos que recuerdan a los palenques libres, los negros que se burlan de cualquier arrogancia, los indios que recuerdan nuestra pluriculturalidad, los extranjeros que se disfrazan de los nuestros, los nuestros que parodian hasta nuestras propias desgracias.
Así como los carnavaleros se entregan al derroche antes de expiar sus faltas cuando comienza la Cuaresma, asistimos al Carnaval de las Artes como preparación del espíritu para la fiesta que ya llega.
Gracias a Heriberto Fiorillo, a Claudia, y a todos los promotores de esta mascarada cultural, por la invitación a dirigir estas primeras palabras. Es un honor que entiendo, por sobre todo, en razón de los estrechos vínculos que la Universidad del Norte ha tenido con este festival desde sus inicios.
El Carnaval de las Artes es un homenaje a todos los que aquí vienen a acompañarnos a este festejo de la cultura. Aquí no hay extranjeros ni foráneos: los visitantes adquieren la nueva ciudadanía en el mismo instante en que desembarcan.
Esa es la razón por la que he dicho siempre: un barranquillero es el ser más universal de los individuos locales.
De esta forma, declaro abierto el Carnaval de las Artes 2018.
Muchas gracias.
[1]La reflexión hace parte del texto: Génesis de Barranquilla, de Alfonso Fuenmayor, publicado en la revista Huellas, edición Quíntuple, (71, 72, 73, 74, 75). Página 12.
Sobre Jesús Ferro Bayona:
Licenciado en Letras y Lenguas Clásicas y también en Filosofía de la Universidad Javeriana de Bogotá. En Lyon, Francia, realizó sus estudios de maestría. También completó una Maestría en Teología en el Instituto Sèvres de París y fue alumno del afamado historiador Michel Certeau. Finalmente, hizo un doctorado en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de la Sorbona. Las credenciales intelectuales de Ferro Bayona son argumentos suficientes para afirmar que su vida ha girado en torno al conocimiento y la investigación. Gran parte de su obra publicada se ha basado en el filósofo Friedrich Nietzsche. La palabra en la música. Ensayos sobre Nietzche y Nietzche y el retorno de la metáfora son las dos publicaciones que recogen sus lecturas del filósofo alemán. Su compromiso con la academia se comprueba con sus más de treinta años como rector de la Universidad del Norte de Barranquilla. Ha recibido distintas condecoraciones como la Medalla Simón Bolívar del Ministerio de Educación Nacional y la Medalla de la Orden Nacional al Mérito del Ministerio de Relaciones Exteriores de Colombia. En 2014, los miembros de la Academia Colombiana de la Lengua nombraron a Ferro Bayona Miembro Correspondiente de la misma.
Solo, gracias!!!
Excelente espacio admiro EL.TOMAR DE LO SIMPLE.Y MARAVILLOSO PARA TRANSFORMARLO EN LA CULTURA DEL Barranquillero.como.esencia alegre e intelectual de grandes personnajes que a travez del tiempo han dejado huellas de transformación educativa y cultural