Por: William Castro A.
De las trincheras domiciliarias a las que hube de aferrarme tras desatada otra ola de violencia en la ciudad, decidí saltar a la maquinaria de un transporte público que humea incertidumbre por donde pise, entre tantas amenazas sujetas a su inocente chófer. Llegué primero al museo moderno, donde se inauguraba una expo de migraciones curada por Juan Cortés, promesa que desde su refugio en Bogotá había convocado a artistas emergentes de todo el país en las fortalezas del MAMB.
Después y por efecto de la muestra, libré alguna clase de desplazamiento hacia el Museo Bolivariano, institución que en Barranquilla coexiste junto a la Perla, antigua casa Obregón frente al desierto de Bellas Artes. Me dirigía al lanzamiento del poemario Un fusil cargado con versos, que en extrañas circunstancias presentaba el debut de un viejo colega del que hace meses no tenía novedad, y que recién me enteraba que había muerto.
Zuga Zucchini era la identidad del poeta que conocí como “Pedro” en una noche familiar de cineclubismo, donde leyendo algunos versos de su autoría atrapó rápidamente mi atención. No parecía esos escritores de Barranquilla que se abrieran cada tanto al público para compartir su trabajo, y sí, en cambio, uno que se enfocaba -tal vez con obsesión- en dar rienda suelta a las palabras.
Su actitud e ingenio al hablar me convencieron de que estaba ante un escritor distinto, quizás precoz, en el sentido de que se nutría de una intensa vida literaria y artística que podía detonar en cualquier momento. Sin embargo, con la puesta de su ópera prima el 23 de septiembre, se acabó por condensar un ejercicio póstumo sobre el que familiares, amigos y maestros alcanzaron a dar testimonio.
Zuga Zucchini
Primero, con el estreno del documental ‘Zuga Zucchini’ dirijido por los realizadores audiovisuales, Jonathan Altamar y Efraín Fuentes, se dió una conmovedora apertura a la noche, al concentrar una serie de entrevistas y cortometrajes varios del poeta Zucchini, que junto a metrajes de sus padres y otros seres cercanos, sirvieron para recordarle en toda faceta.
Una de ellas -la fotografía- representa la mixtura de este libro conformado por cincuenta y ocho voces -poemas-, al igual que por un bagaje de fotos rigurosamente escogidas por el editor, Adlai Stevenson Samper, quien tras años de descifrar los gustos del poeta, confiesa:
“Fue un proyecto muy hermoso, porque creo completar un deseo frustrado por Pedro, quien siempre estuvo renuente a publicar un libro sin las condiciones estéticas y filosóficas que él consideraba”.
Poesía maldita

Bajo el sello editorial de Libra Libros y con una bella portada de la artista Tuty Navarro, el texto dispara una advertencia al lector a manera de prefacio, que en viva voz de Zucchini pareciera reencarnar los sortilegios del poeta Baudelaire en Les fleurs du mal:
«Advierto de antemano a usted, lector, que los poemas que a continuación están expuestos están diseñados con maldad. Son corruptores por naturaleza, poseen la habilidad de desacreditar cualquier muestra de benevolencia. Fueron forjados en medio, justo en el medio del infierno»
Luego, con la intervención del doctor Humberto Molinello, quien hasta sus últimos días fungió como el psiquiatra personal de ‘Pedrito’, nos enteramos de un diagnóstico apenas alentador respecto al desequilibrio de los tres universos que para él representaban la mente del poeta: El pensamiento, las emociones y las conductas, subyacentes cada cual de la literatura y las diferentes pistas que esta les arrojase para entender el misterio de las fronteras de realidad y ficción.
Así, pues, como enfant tremendu era visto Pedro por psiquiatras y familiares, cuyas anécdotas de fumador empedernido solo alimentaban el misterio de su partida. Hasta que toma la palabra el poeta Leo Castillo -maestro predilecto-, quien evoca las tertulias que sostuvo con su amigo en Los Malditos -taller de poesía-, para demostrar que una amistad trazada en las lecturas de François Villon, Arthur Rimbaud y Lautréamont, resultó más fraternal que cualquier lazo de sangre.
“Para este primer libro se me ocurrió el título La multiplicación del relámpago; suelo insistir en la deslumbrante brevedad que comparten la vida y la calma, casi en el momento en que nos conocimos”, sienta Castillo ante la resolución del título Un fusil cargado con versos, que pese a no ser el que él propusiera, dicta imbatible la sentencia: “Si los poemas que hoy tengo el honroso gusto de presentar no dan de qué hablar, habría que atribuirlo al hecho de que este país tenga el alma muerta y corrompida. Yo no estoy lejos de creerlo”.
Morir y dejar obra
Y como no existe mejor homenaje a un escritor que leer sus textos para recordarle, el poeta y también tutor de Zucchini, Joaquín Mattos Omar, propone la lectura de algunos versos que para él “revelan a un estupendo poeta, dueño de un lirismo fluido, imaginativo, duro, no pocas veces agresivo y procaz”. Entre ellos, del poema Árbol Perfecto:
“No he encontrado el árbol perfecto donde montarme.
En el que mi distancia pueda tambalear tranquila
antes de que me hallen.
Todo hombre nace con ese árbol plantado
en el jardín donde mora el olor
y ese árbol es la evidencia
de que todo hombre merece amabilidad
siquiera de parte de un árbol que lo sostenga
mientras agoniza.
¿Qué más puedo pedir?
Si es un almendro me costará escalar.
Si es un ciruelo me distraeré comiéndome las frutas.
Si es limonero solo podré pincharme
dudosamente prenderme.
Me tocaron el hombro y se despidieron
¡Vaya suerte la de quien no saluda!
No tiene jamás que mover la mano para mentir
no tiene que sonreír para que no lo encierren en un manicomio”.
También se hizo lectura de poesías más breves, en el acto sublime de desenfundar las piedras que al poeta estorbaran su corto camino. A ello, el poema Inútil:
“Soy una roca, me considero inútil.
Siempre quieto, estático, inmóvil.
Un día, sin embargo, David me lanzó contra el ojo de Goliat
para derribarlo.
Creo que es lo más interesante que he hecho en mi vida”.
Por último, un poema premonitorio del destino que tarde o temprano acogerá al poeta en los gajes de un oficio de “vagabundo profesional”, que bajo el proverbio caicediano de ‘morir y dejar obra’, dejó como fruto este fusil cargado de versos y de tantas otras municiones que algún día le ayudarán a Reecarnar:
“Cuando muera
dejen libros abiertos sobre la mesa
para leerlos cuando regrese.
Cuando muera
dejen flores sobre la mesa
para regarlas cuando regrese.
Cuando muera
dejen un paquete de cigarros sobre la mesa
para fumarlos cuando regrese.
Cuando muera
dejen café tibio sobre la mesa
para beberlo cuando regrese.
Cuando muera
dejen hojas en blanco y un lápiz sobre la mesa
para terminar este poema cuando regrese”.










