Esteban de Jesús Rodríguez afronta una carrera contra el reloj para poder extraer y cortar los últimos pedazos de hierro que aún están enterrados en el terreno donde funcionaba el centro comercial Sanandresito.
Por Francisco Figueroa Turcios
Desde cuando llegó a Barranquilla, hace 30 años, de su natal Cerro de San Antonio (Magdalena), se radicó en el barrio Barlovento. Ha vivido del reciclaje, básicamente en el entorno del centro Comercial Sanandresito y el edificio Fedecafé.
Cuando escuchó la noticia que ahora sí, le había llegado la hora cero para demoler la edificación (construida a retazos como viviendas de gitanos), donde funcionaba Sanandresito, tuvo sentimientos encontrados: siempre vivió de lo que se ganaba del reciclaje en ese sitio y guardaba la esperanza que en esa demolición se podía generar un buen dinero para comprarle los aguinaldos a sus hijos y ahorrar un poco para la época de las vacas flacas que se avecinan.
«Me estaba tomando una gaseosa ahí en la esquina, cuando dos señores que tienen negocios en Sanandresito confirmaban la noticia, se me salieron las lágrimas, era como si me estuvieran arrancando un pedazo de mi corazón, uno aprende a tomarle cariño a los sitios, imagínese que llevo 30 años reciclando en ese centro comercial», narra Esteban de Jesús Rodríguez, con el rostro compungido y a punto de llorar de nuevo.
Recuerda que en la época de oro de Sanandresito, que era el único centro comercial popular de Barranquilla (obviamente con mercancía traída de contrabando y, por supuesto más barata), donde la gente de todos los estratos venía a comprar los electrodomésticos y otras mercancías. Eran compradores no solo barranquilleros, sino de todos los rincones de la Costa. ¡Eso sí era bueno!. Yo me ganaba, mínimo en un día, de 40 a 50 pesos.
«La aparición de los almacenes de cadena jodieron el negocio, la gente dejó de bajar a comprar acá y al personal que venía de Cartagena o Santa Marta ya no le era atractivo venir por la fácilidad que daban Sao, Éxito, Buenavista o Carrefour, pero lo que me ganaba en el reciclaje me alcanzaba para sobrevivir», agrega Rodríguez.
La noche del miércoles 23 de octubre, cuando se acostó, se puso a pensar: «mañana debo levantarme más temprano para estar a la hora que comenzarán a demoler el edificio. Allí debe de haber buen hierro para reciclar. La sorpresa es que cuando llegué a Sanandresito, había más policías que cuando llega el presidente de la República».
Al medio día cuando se puso a escuchar los noticieros dieron el dato que había para este operativo 450 policía. «Esta vaina está jodida, aquí no hay forma de recoger nada para reciclar». Los cuatro días que demoró la demolición se fue en blanco.
Con cada palazo que le daban las dos retroexcavadoras al deforme edificio de Sanandresito, se le arrugaba el corazón. «Lo sentía en lo más profundo de mi alma. Era como si yo lo estuviera recibiendo».
Guardó la esperanza de que quedara bastante hierro a la interperie que pudiera recoger culminada esa etapa, pero llegaron los camiones a recoger los escombros y no dejaron nada.
El viernes que la policía se marchó del sitio y que pudo ingresar, vio que había unos pedazos cortos de hierro.»Fui a la casa y traje una barra de hierro y una segueta para sacar el poco hierro que quedó enterrado de las columnas que sostenían al edificio, aprovechar las pocas horas que quedaban antes de que comiencen los trabajos de construcción del parque que van a hacer aquí. Me toca cavar para localizar el hierro que quedó enterrado y luego lo corto, debo hacerle buena fuerza porque es grueso», pensó para sí.
Este será el último reciclaje que haga Esteban de Jesús en terrenos de Sanandresito. En adelante le toca buscar otro sitio de reciclar para continuar ganándose el pan de cada día.
«Compa’, la conversa está buena, pero tengo que continuar trabajando porque es necesario aprovechar al máximo el tiempo para rescatar el mayor número de pedazos de hierro», concluye Rodríguez con una sonrisa nostálgica y a medias.