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El sobrepeso como fobia

Por Ricardo Bustamante

En todas las tiendas de barrio estaba la imagen: dos hombres, uno gordo y rozagante y el otro, flaco y acongojado. El título de la fotografía del pasado en kilos con barriga de obispo, decía “yo vendí de contado”; en contraste, la leyenda del escuálido era: “yo vendí a crédito”. En otrora, la figura humana de cuerpos regordetes estaba asociada con la riqueza, prosperidad, la abundancia alimenticia y el alto nivel social. La del famélico, estaba relacionada con la precariedad e insatisfacción de necesidades básicas

El tiempo pasó y fueron cambiando las ideas de que los gordos tenían ventajas a su favor. Se entronizó, aupado por médicos, esteticista, preparadores físicos y agencias de publicidad, todos a la vez y cada uno por separado, el arquetipo que lo saludable era estar delgado y en buena forma. Quedó la gordura rezagada y apaleada como causante de patologías, tales como apnea, diabetes, osteoartritis, hipertensión, problemas cardiovasculares y cáncer. 

Soy de los que consideran que se llega a la gordura por varios caminos, algunos de ellos, aún inescrutables para la ciencia médica: he visto niños de dos o tres años comer compulsivamente, hasta la saciedad . Nacen proclives a comer y por ende, a engordarse. Toda la vida son gordos, aunque se ejerciten en actividades físicas. Con el tiempo la cirugía bariatrica, finalmente, es la solución drástica, temporal o definitiva, para ellos. También he presenciado a flacos comer desmedidamente sin que engorden. Son los genes, dicen los facultativos, como argumento y otras veces, como excusa.

También se llega a engordar por los hábitos desordenados de alimentación y sedentarización, factores de herencia, disfunción de la tiroides, la menopausia y el desajuste en los sistemas nervioso, endocrino y metabólico; la ansiedad y la adicción a grasas, harinas, dulces y comida chatarra. En síntesis, un organismo predispuesto frente a una alimentación desordenada y, generalmente, una limitada actividad física. 

La moda actual es rechazar la gordura, más por estética que por salud; y dar entrada a los miedos: obesofobia, neologismo que alude al miedo o desagrado exagerado a la gordura propia o la de los otros. Es el terreno abonado para el miedo al rechazo a la imagen corporal y a la pena de estar pasado de kilos, por ese sendero, entran triunfantes cirujanos inescrupulosos, que se venden en vallas publicitarias ubicadas en lugares estratégicos de la ciudad, igualadas con las de propaganda de un medicamento o un detergente, y también, los vendedores de milagros, siendo para estos, las redes sociales, su mejor ayuda para llegar a la gente.

De mi parte, tengo el mejor termómetro para saber si mis kilos de mas siguen ahí, en su puesto: llego a algún lugar donde me esperan personas conocidas. Detecto al instante el escaneo de ojos disimulados y soslayados, de pies a cabeza al que soy sometido; si pasado unos segundos, después del escaneo, los amigos presentes, no me dicen nada, es que sigo igual de gordo o con uno u otro kilo de mas. Esa medición, no falla, por lo menos para mi.

Lo que no soporto, es que se rechace a los gordos por el solo hecho de serlo; parece mentira o exagerado, pero he sido testigo de primer orden, de personas que se colocan a la defensiva y con cara de desagrado, logrando enrarecer el ambiente con una discriminación estructural, sistemática y normalizada hacia los pasados de kilos, claro, “disfrazada de buenas intenciones”. He visto a flacos morir de infartos, sufrir de azúcar y tener problemas personales tan gordos como los gordos de este mundo. Hay que bajar de peso y mantenerse saludable, pero sin miedo y sin complejos. Es el camino a seguir.

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