De la serie : La carcajada del búho
Por Rafael Sarmiento Coley
De vez en cuando el periodista se permite violar la regla de oro del oficio de no escribir en primera persona. Este es uno de esos casos.
Conocí a Gabriel García Márquez –Gabo, para sus amigos más cercanos y Gabito para su círculo familiar de la mano de Álvaro Cepeda Samudio, Alfonso Fuenmayor y Juan B. Fernández Renowitzky.
Con Cepeda Samudio porque fué quien me dió la mano para ingresar al periodismo a mis 19 años de edad en el desaparecido Diario del Caribe. Con Alfonso Fuenmayor cuando estuvo de director de Diario del Caribe y luego de editorialista en El Heraldo.
De todos ellos -lo mismo que los miembros del llamado Grupo de Barranquilla -quien mejor conocía a Gabo era Fernández Renowitzky.
Se conocieron cuando ambos tenían seis años de edad y eran compañeros de pupitre en el Colegio San José de Barranquilla.
Fué entonces cuando empezó Gabo a dar muestras de su genio precoz al empezar a «mamarle gallo» a sus compañeros de estudio con estrofas poéticas de humor como la que le dedicó a su vecino de pupitre: «¡Hombe compae Juanbé/ qué bien se vé usté/aquí en el colegio San José».
El profesor lo descubrió debido a la risotadas de los estudiantes que alcanzaron a leer las estrofas.
El profesor lo llamó a su lado para que explicara qué eran esas notas. «Son bobadas mías, profe», respondió.
El castigo fué que el profesor lo vinculó a la revista de la institución para que escribiera una columna titulada «Bobadas mías».
Después Juan B. y Gabo tomaron caminos diferentes hasta cuando años después volvieron a encontrarse cuando Juan B. regresó de sus estudios en la Sorbona de París y Gabo era columnista de El Heraldo con su «Jirafa» que firmaba con el pseudónimo de «Septimus».
Así también «aterrizó» poco después en «La Cueva» en donde ya el Grupo de Barranquilla hacía de las suyas con sus ruidosas tertulias literarias y roneras.
Los contertulios más frecuentes eran: Cepeda Samudio, Alejandro Obregón, Germán Vargas Cantillo, Alfonso Fuenmayor y de manera ocasional Rafael Escalona y Juan B. Fernández Renowitzky.
Cada vez que Gabo venía a Barranquilla era indescartable la reunión con sus amigos de siempre. Pero como ya Cepeda Samudio había fallecido y Obregón estudiaba en París, cada vez que Gabo venía a Barranquilla sus anfitriones de manera indistinta y por separado eran Juan B. y Fuenmayor.
Ya en El Heraldo, como reportero de confianza de Juan B., me invitaba a sus encuentros con Gabo.
Y lo mismo hacía Fuenmayor, quien por lo general brindaba algún almuerzo o cena a Gabo en su apartamento.
En esas pequeñas tertulias recordaban, sin nostalgias, sus momentos felices de amigos de siempre de parrandas y conversaciones literarias.
Fue la época de las lecturas en voz alta de los borradores de la obra cumbre de Gabo, que tituló en principio como «Barranquilla» , pero Ramón Vinyes, «El Sabio Catalán», le recomendó ponerle un nombre más universal. Después de varias discusiones, apareció «Cien años de soledad».