Aunque era bien sabido que el empresario se impondría con relativa facilidad en la competición interna republicana, el cuento para la recta final de las presidenciales en EE.UU. le dibuja un panorama menos promisorio.
Lexander Loaiza Figueroa @Lexloaiza
Poco a poco fue deshaciéndose de sus competidores a lo largo de la extenuante carrera de las elecciones primarias del Partido Republicano. De los 16 políticos que en julio de 2015 aspiraban la nominación presidencial, ya en mayo de 2016, mucho antes de la convención partidista que oficializaría la candidatura, no quedaba ninguno. Sólo él, Donald Trump.
Con un verbo arrogante, polémico, totalmente irreverente y eso sí: muy distinto a lo que los electores habían visto hasta ahora en las contiendas presidenciales, Trump había captado la atención de un importante sector de los electores del país, cansado por males estructurales como una creciente desigualdad social y una vulnerabilidad cada vez mayor a fenómenos como el terrorismo.
Su discurso nacionalista y su frase “hacer a EE.UU. grande de nuevo”, conquistó a millones. Se deshizo por distintas vías de varios de sus competidores iniciales, vistos por muchos votantes como más de lo mismo.
Algunos tan carismáticos como el senador Ted Cruz, el congresista Marco Rubio, el archi conocido Jeb Bush, el médico Ben Carson o la talentosa ejecutiva Carly Fiorina –de cuyo rostro Trump se burló públicamente de la manera más chovinista posible-, tuvieron que dejar paulatinamente al multimillonario de los bienes raíces solo en la carrera. A medida que avanzaron las internas en cada uno de los estados, el avance de Trump evidenció que la candidatura iba a ser suya.

La cúpula de los republicanos no confían en Trump y podrían jugarle una mala pasada en la convención.
Pero los últimos hechos parecen haberle cambiado los vientos favorables al empresario. La primera noticia que puso a pensar a muchos fue el despido de su jefe de campaña, Corey Lewandowski, cuando faltan menos de cinco meses para la elección presidencial.
La sorpresiva decisión de Trump, que pareció evocar un capítulo de su reality show ‘The Apprentice’ influyó directamente en la captación de fondos para la campaña, justo en el momento en el que muchos de los asustadizos capitales, deciden por quién inclinar la balanza; si por él o por Hillary Clinton.
El colaborador del polémico candidato, habría pagado con su cabeza sus hostiles relaciones con representantes de algunos medios y con miembros del Partido Republicano, cuya cúpula conservadora acepta a regañadientes que Trump es su mejor carta para retornar a la Casa Blanca después de casi una década.
Otra mala noticia provino de la propia boca del empresario. Tras el ataque terrorista ocurrido en una discoteca de Orlando, Florida, la reacción de Trump de respaldar la tenencia masiva de armas por parte de la población civil le generó reacciones negativas a su imagen.
Esto también ha repercutido negativamente en la recaudación de fondos, vitales en un país como Estados Unidos para llegar a la presidencia, ya que es lo que garantiza el acceso a los medios y logística para movilización de colaboradores.
Trump, quien acaba de cumplir 70 años, parece sucumbir por los mismos elementos que lo pusieron en la palestra política: su nacionalismo exacerbado, su xenofobia y su arrogancia. Esto ha generado críticas dentro de su propio partido que ya se proyectan en las encuestas: el 70% del electorado tiene una imagen desfavorable de su persona. Una impopularidad sin parangón para alguien que aspire sentarse en la mítica oficina oval.