Las Farc supieron recoger el descontento y la frustración que produjo en miles de colombianos el magnicidio de Gaitán el 9 de abril de 1948.
Por Rafael Sarmiento Coley
Con poyo de SIG/EFE/El País de Madrid
Quienes nacieron hace 68 años lo hicieron en medio de las llamas por el estallido brutal de una bomba de tiempo que gravitaba sobre los colombianos desde dos décadas atrás.

La guerra ha muerto ¡viva la paz! reza la tarjeta adherida a un ramo mortuorio en la Plaza de Bolívar de Bogotá. Foto cortesía Reuters/John Vizcaíno.
Fue una barbarie generalizada la que se generó como consecuencia del magnicidio del caudillo liberal y aspirante presidencial Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948, lo que se conoce como ‘El Bogotazo’.
A partir de ese momento la generación que nació en esos días creció en medio de actos de violencia con distintos propósitos, de diversas formas y tamaños, pero con un telón de fondo que fue siempre la presencia de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), la guerrilla más antigua de América, cuyos máximos líderes y fundadores murieron de viejos en las montañas, Jacobo Arenas y Tirofijo. Ellos recogieron el descontento de miles de campesinos, estudiantes y profesionales progresistas que veían en Gaitán al líder providencial que podía sacar a Colombia del estancamiento social, económico y político y el desgobierno reinante en poder de un Partido Conservador dividido en vertientes irreconciliables.
¡Que se acabe esta vaina, carajo!
Como bien lo exclamó este jueves el comerciante barranquillero David Guarín, detrás del mostrador de su negocio en la calle 80: “¡Ya era hora! ¡Que se acabe esta vaina, carajo! Porque es como si uno va al estadio a ver un partido en el cual ninguno de los dos equipos se hacen goles, mejor que el árbitro pite final. Y punto redondo”.

En estas 6 décadas de conflicto armado, cuántas vidas se perdieron, cuántos hombres y mujeres tuvieron que marchar a la guerra muy jóvenes y, lo que es peor, a la fuerza.
Guarín es uno de los de la generación del 48. ¡Cuánta sangre no ha visto pasar por debajo de los puentes! Y ahora tiene la esperanza de que estos acuerdos sean serios y definitivos, para que las próximas generaciones puedan crecer en paz, ya que las dos anteriores lo hicieron en medio de las balas de todos los grupos violentos.
Y es que al igual que Guarín, millones de colombianos amanecieron este jueves con la leve esperanza de que, con lo acordado en La Habana, un nuevo amanecer se vislumbra en Colombia.
Aunque haya voces en contravía -como es natural, candidatos en ciernes que quieren pescar en río revuelto porque se aproximan elecciones presidenciales y de Senado y Cámara- hay una mayoritaria opinión esperanzadora sobre el paso crucial del Gobierno de Colombia y las Farc, que han firmado un cese al fuego bilateral y definitivo.
Fue la antesala de un acuerdo de paz con los dinosaurios de las guerrillas en América Latina, porque ya no quedan más soñadores que quieran tomarse el gobierno de su país por las armas. Con el agravante de que las Farc, al igual que la segunda guerrilla del país, el Ejército de Liberación Nacional (ELN) se convirtieron en narcotraficantes, llevando al extremo más absurdo y despreciable la tesis de que, para obtener el fin, cualquier método es válido.
Lo importante ahora es que empiecen a cumplirse en pocos meses los puntos del acuerdo. A partir de entonces, se implementará la tregua, la concentración de los guerrilleros y la dejación de las armas, que serán fundidas por la ONU para crear tres monumentos.
“Sitios razonables”
Según el Servicio Informativo del Gobierno (SIG) y los despachos internacionales, el Presidente Santos y Rodrigo Londoño (alias Timochenko), líder de la guerrilla, con la presencia del secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, volvieron a sellar con un apretón de manos el contenido de un acuerdo que ha llevado meses de negociación. Las Farc se ubicarán en 23 zonas de concentración. Estos lugares serán temporales, contarán con acceso por vía fluvial y territorial y su extensión será “razonable dependiendo de la vereda”. De momento no se ha aclarado dónde se localizarán estas zonas de concentración.
El mejor de los acuerdos posibles
Un despacho del enviado especial de El País de España señala que las Farc entregarán todo su arsenal a un comité de verificación internacional dirigido por la ONU. En los primeros 60 días después de la firma recibirán el armamento hechizo y los explosivos. El resto lo entregarán, en un plazo de 180 días, en tres fases. El resultado final, después de la dejación completa y verificación por parte de la ONU, serán tres monumentos: uno en la sede de la ONU, otro en Cuba, sede de las negociaciones y un tercero en Colombia, donde el Gobierno y las Farc acuerden.
Otro de los aspectos más importantes del acuerdo de este jueves es que las Farc aceptan el plebiscito, la consulta popular que pretende realizar el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, previsiblemente en septiembre. De esta manera, la guerrilla más antigua de América asume la institucionalidad del Estado colombiano.
“Nos llegó la hora de vivir sin guerra, nos llegó la hora de ser un país en paz”, aseguró Santos nada más iniciar su discurso, en el que celebró la disposición de las Farc en la negociación. “Defenderé su derecho a expresarse y a que sigan su lucha política por las vías legales, así nunca estemos de acuerdo”, destacó el mandatario. Por su parte, Timochenko, recalcó que la negociación ha conseguido que “ni las Farc ni el Estado son partes vencidas” de una confrontación. “La paz no es una utopía, es un derecho fundamental”, aseguró el presidente de Cuba, Raúl Castro, quien, en la misma línea al secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, instó a ambas partes a cerrar el acuerdo lo más pronto posible para dar los pasos acordados.
Según varias fuentes de lado y lado, la firma final podría darse definitivamente en agosto, pese a que Santos confiaba en que sea antes del 20 de julio. Lo que sí es seguro es que el acuerdo definitivo será en Colombia. “Los plazos son fatales”, aseguró, sin embargo, Humberto de la Calle, sabedor de la mala imagen que dieron tras el fiasco del 23 de marzo.
Acostumbrada, y para muchos condenada eternamente a las malas noticias, Colombia fue por fin protagonista a nivel mundial –con la venia del Brexit, el referendo que definirá si Gran Bretaña se mantiene o no en la Unión Europea- por algo positivo. El Gobierno y la guerrilla de las Farc han puesto fin a la guerra más antigua de América Latina, un conflicto que se ha prolongado durante más de 50 años y que ha dejado cerca de ocho millones de víctimas, entre muertos, desplazados, desaparecidos… Un acuerdo que hace ver con más clarividencia si cabe que, después de muchos intentos en las últimas décadas, ambas partes van a llegar a un acuerdo de paz definitivo.
Es cierto que aún hay camino por recorrer y que el país aún debe librar otras batallas, como lograr un pacto con el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y combatir a las bandas criminales o neoparamilitares, pero resultaba imprescindible para ello terminar con uno de los conflictos más antiguos que se recuerdan. Así, al menos, lo ha percibido la comunidad internacional, que respaldó de forma unánime.
En al acto de La Habana se encontraba seis presidentes latinoamericanos –el anfitrión, el cubano Raúl Castro; Michelle Bachelet (Chile) y Nicolás Maduro (Venezuela), países acompañantes del proceso, y Enrique Peña Nieto (México), Danilo Medina (República Dominicana) y Salvador Sánchez Cerén (El Salvador)-, además de los representantes de los Gobiernos de Noruega y el enviado especial de Estados Unidos, Bernie Aronson.
El apoyo unánime que ha recibido de la comunidad internacional contrasta aún con la oposición que ha encontrado este proceso de paz en Colombia. El principal partido de la oposición, el Centro Democrático que lidera el expresidente Álvaro Uribe, sigue firme en sus críticas férreas a los acuerdos y manifiesta su rechazo al proceso de paz. Mientras, en La Habana, todos los participantes coincidían en un mismo mensaje: que este sea el último día de la guerra.