Hay una esencia Macondiana que nos representa, un encuentro de culturas en cada justa.
Por Angie García
En el agua van los peces gritando, extasiados por la sensación ganadora. Practicando el arte de los movimientos, siguiendo el balón intenso que se enloquece dentro y fuera de los hilos coloridos que marcan la distancia de almas entusiastas, el silencio ruidoso de los goles excitaba los dones.
¡Qué talento! La velocidad literaria con que incendiaban el balón, hacia la cancha del triunfo fue aumentando a tremenda velocidad. Y así, mientras la bella brisaba con sus nubes grises, el calor humano de los pocos asistentes se llenó de euforia en cada triunfo. Su viaje eran los nados veloces con especial fuerza física, y su destino no era más que luchar para tirar el objeto mágico que tanto les hace moverse.
Ver el partido de esas talentosas damas no era para distraerse en un ambiente de los Juegos Centroamericanos 2018, sino que, el espíritu de sus habilidosos cuerpos encendía la pasión intensa por el agua y el balón.
Los segundos se volvían estrellas fugaces brillando en un aura trascendental.
Y era la adrenalina antes del partido de Cuba y Trinidad y Tobago, una epopeya de melodías poéticas cantadas por el sol de medio día. Mientras los nadadores practicaban el baile Caribe, las miradas contemplativas se impresionaban con tan majestuoso talento.
El deseo de seguir era tan sublime que sus saltos volaban al compás de los violines del alma musical. Fueron ensayos sensacionales para el cosmos y para la vida misma. El arte deportivo dirigía su ajetreo energético mientras su mente repetía una y otra vez cuan grandes son.

La resistencia en los tiempos de tiempos, el entrenamiento fuerte era una lluvia blanca de prosperidad, el triunfo celeste venció la oscura resignación y lo obtuvo México con la medalla de oro en el nado sincronizado.











