Más de 30 asesinatos de líderes de derechos humanos en Colombia han sucedido en 2017. El de Cuero es uno más en la lista.
Por Jorge Mario Sarmiento Figueroa
El barrio Villa Esperanza solo tiene su nombre en los papeles. En las calles de Malambo es ‘La invasión’, que es la manera de nombrar a los lugares adonde llega la gente sin casa, sin tierra. De estos lugares hay muchos en el Atlántico, muy cerca de la cada vez más opulenta Arenosa. Pero son lugares a los que nadie quiere mirar, ni oír, ni siquiera el Estado, que en el papel es la suma de las fuerzas de todos. Pero ya sabemos que la realidad de Villa Esperanza no se encuentra en los papeles. Sino en La invasión. Y la de Colombia mucho menos se encuentra en eso etéreo que llamamos Estado.
A La invasión llegó Bernardo Cuero en busca de un lugar para sobrevivir. Venía siendo perseguido por los paramilitares desde el pueblo afrocolombiano e indígena de Tumaco, en la costa de Nariño, donde creció, militó en la Unión Patriótica y llegó a ser concejal. Lo perseguían por oponerse al narcotráfico y a la violencia armada, además de estar en contra de «la siembra extensiva de palma africana en territorios de comunidades negras», según cita la Corporación Nuevo Arcoiris. www.arcoiris.com.co.
Cuando llegó a La invasión, en Malambo, Bernardo Cuero ya había sido víctima de dos atentados. Sabía de sobra lo que significa estar amenazado, que la muerte lo asechara. En La invasión se dio cuenta de que la realidad de la violencia existe igual que en su lejana Tumaco, aunque acá no sea nombrada con los eufemismos de guerrilla o paramilitarismo. Ya sabemos que en Villa Esperanza nada tiene nombre, solo en los papeles. Acá la droga no está en forma de cultivos extensos, como los de Nariño, sino en el microtráfico. La violencia acá no tiene grandes fusiles, sino armas tan hechizas como los cuerpos drogados de los delincuentes de barrio. Acá la muerte no viene en grito de guerra, sino en la amenaza silenciosa con panfletos de mala hora.
Y esta nueva realidad, Bernardo Cuero también decidió enfrentarla. A su manera. Como lo hizo en Tumaco. Empezó a trabajar para que niños y jóvenes de La invasión no se drogaran, ni se unieran a pandillas. Empezó a sembrar enseñanzas para que esos futuros hombres pudieran hacer del nombre de su barrio una verdad mayor que los papeles. Que se llamara Nueva Esperanza. Una frase suya lo dice así: «Mantén tu autoridad con tu autonomía». Sin embargo, aunque llegó a ser presidente de la acción comunal del barrio, otra vez la muerte avisó. Esta vez un sicario disparó varias veces contra su casa.
Era la muerte avisada por la violencia, que es dueña de sicarios, de delincuentes, de mafias ambiciosas, no quería ver más a Cuero vivo. Pero esta vez también fue el Estado, esa suma que somos los colombianos, que decidió quitarle la seguridad que le brindaba la Unidad Nacional de Protección, una entidad pública que en los papeles sirve para proteger a las personas que están bajo amenaza.
Según Nuevo Arcoiris, el argumento que usó la Unidad Nacional de Protección para dejarlo desprotegido en agosto de 2016 fue que “el evaluado presenta conflicto con algunos residentes del barrio. La situación de seguridad que argumenta se origina por un evento de intolerancia, donde la mayoría de los habitantes del barrio no apoyan la gestión que realiza, razón por la cual se presentan señalamientos, agresiones verbales e incluso físicas”. Es decir, en los papeles la muerte puede llevarse con la violencia a Bernardo Cuero si le da la gana de hacerlo, porque el Estado no protege a los líderes que tengan problemas por la intolerancia en las calles.
Este 7 de junio en la noche, Bernardo Cuero fue por fin asesinado. Tras treinta años de persecución frontal, con todas las fuerzas que un país puede tener para acabar con la vida de alguien. Desde Tumaco hasta Malambo. Al día siguiente, este 8 de junio, los dirigentes políticos y militares del Atlántico se reunieron de urgencia para no dejar impune su muerte. Decidieron que la Fiscalía entregue pronto un informe exhaustivo que esclarezca el crimen, y que haya una recompensa de 13 millones de pesos a quien ayude en esa labor.
No hay nada para decir a los niños de La invasión, que otra vez se quedan sin un líder que les ayuda a sacar el cuerpo del camino de la violencia. Y al ver de qué estarán hechos el informe de la Fiscalía y los billetes de la Gobernación y de la Alcaldía de Malambo, ya sabemos que la muerte de Bernardo Cuero quedará en papeles -de condena, de hallazgos, de lo que sea-, como todo en La invasión, que tiene el llamativo nombre de Villa Esperanza, un lindo nombre, como todos los que Colombia tiene. En los papeles.